Ni modo que don Julián deje a medias la agenda lograda previa a asumir como presidente de la Comisión de Salud… siempre hay una primera vez.


Allá por el verano de 2003, dos viejos amigos recibían la brisa del mar en Manzanillo. Ese ambiente les fue propicio para que uno confiara al otro la decisión de hacerse gobernador de Tlaxcala.

Priístas los dos, sabían –sin embargo – de las escasas posibilidades de sortear los acostumbrados obstáculos en el PRI. Entonces, el primero elucubró una posible candidatura en el PRD, lo cual no se pudo, porque al final de cuentas fue Maricarmen Ramírez, quien obtuvo ese abanderamiento.

Héctor Ortiz y Julián Velázquez, suelen inventar entornos para mezclar imaginación y probabilidades. A veces les resulta. Porque de aquella tarde playera en Manzanillo se consiguió una gubernatura.

En realidad, ese botín vino por añadidura, porque lo valioso de aquel encuentro fue despertar la decisión de un sujeto de la política para quien los escenarios imposibles desaparecen en cuanto toma una decisión de esa envergadura.

Ha pasado media docena de años, de aquella plática entre conchas y cangrejos y sol y aire… Las cosas han cambiado porque el tiempo no perdonan; pero la voz de Ortiz para cantar acompañado por su tradicional complemento, guitarra en mano, es la misma.

Y la frescura y, la proclividad de Julián Velázquez a turnar los graves asuntos al entorno playero, también es la misma.

O sea, si sus físicos se deterioraron, es por el efecto gravitacional. Pero sus anhelos, se ensancharon además de conservarse en excelentes condiciones.

Por ahí de la tercera semana de julio de este año, los mismos amigos se situaron otra vez en la playa, solo que ahora, en Varadero.

Los altos vasos de ron tañían en homenaje al aguadura (así llaman al hielo en Yucatán), como presagio de que una nueva gubernatura sería planeada.

¡No!, lo olvidaba, las gubernaturas no se urden… tal vez, sol, viento y arena, estimulan el sacar los ímpetus, inmunes al paso de los años. Y estos, combinados con la circunstancia, considerablemente ventajosa si se le compara con la de aquél 2003, son factores de peso para conseguir la gubernatura, por ejemplo, ó el carro completo del pasado cinco de julio.

La agenda merece todo su respeto

Entre los casimires en los cuales se ha enfundado el recién electo diputado federal Velázquez Llorente y la añosa ropa deportiva con la que a veces se anima a andar por la vida hay varias millas náuticas.

Pues el efecto logrado por los granos de pólvora elevó el ánimo del diputado Julián y muy probable presidente de la Comisión de Salud de la LXI.

Ándale, ahí radica el conflicto interno de quien ve una intensa gestión como legislador, cuyo tiempo habrá de ser valioso como factor de suma al buen desempeño de quien gobierne Tlaxcala.

¿Cómo?... la lógica orticista nos sugiere que es él quien ha de gobernar Tlaxcala.

En tal escenario, ¿qué pasará con los grandes planes a la cabeza de la comisión de Salud?

Con el debido respeto, la señora Juárez Capilla, suplente de Velázquez, aun cuando ha acopiado respetables experiencias en la práctica parlamentaria, se le ve verde para semejante paquete.

Ay, quién pudiera…

Si el pediatra Velázquez tuviese la oportunidad de ser diputado federal y gobernador de Tlaxcala, me cae que lo hace. Pero eso es imposible.

Y por eso me oprime la solución encontrada a tales desvelos en aquella tarde playera en Varadero.

Conociendo a Julián, ya parece que va a dejar colgados a los secretarios con los que ya se entrevistó… ya parece que va a despedirse del respetable electorado que lo hizo diputado hace menos de un mes.

Pues qué conflicto, ¿verdad?

Yo creo que le viene de familia. A sus raíces no se les da desconocer la palabra empeñada, así sea consigo mismo.

Así que, o nos encontramos ante la primera vez que Julián Pancho Velázquez, deje a medias el papel de diputado federal, para proceder al nivel que le sigue, es decir, candidato primero y luego gobernador de Tlaxcala, o en aquella tarde paradisíaca en La Habana se puso sobre la arena –en tanto mesa – la posibilidad de un plan B, del que dos nombres surgen con un súbito brutal.

En primera instancia, Perla López Loyo, a quien los años enseñaron que la efectividad es en el orticismo producto de una discreta lealtad.

Y Antonio Velázquez Nava, cuyos ímpetus retenidos con el mismísimo valor de su raíz, habrían de desbordar en la férrea lucha de quien es hijo putativo, en contra de los voraces elementos, ávidos de recibir la orden para redireccionarse.

Es algo relacionado con aquello de que así no se consigue la gubernatura, sino, despertando la actitud guardada a causa del pánico generacional a ceder el trono a quienes no deje de juzgar como en su momento hicieron con el muchacho pendenciero que, rabo entre las patas huyó de la dirigencia nacional panista.