Lo malo es que los partidos nacionales riñen entre ellos y se regodean con las migajas arrojadas por el arrogante alto mando… el representante de Gobernación y su miopíoa priísta.

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La teoría de la pugna entre académicos y hacendados está más vigente que nunca. Y mientras los primeros, se hicieron una oposición consistente, a los que en su mejor momento fueron dueños de todo Tlaxcala, dejando una porción de dimensiones morales para que los indios se conservasen en óptimas condiciones (según el parecer de aquellos), los ha invadido la codicia y acabaron por reñir entre ellos, muy a disgusto porque sólo uno está ganando más que los demás.

Hay un resentimiento insuperable, de nombre: reparto agrario. Verán ustedes, en cada región del país, la Revolución Mexicana logró cambios, en distinta magnitud y hasta con años de diferencia.

Aquí, con Natalia Teniza en tanto ejecutora de toda una obra emprendida por hombres y mujeres extraordinarios, se dio el descalabro más doloroso de la clase pudiente, en su mayoría hacendados, en cuyas manos había una dualidad, hoy entendible: las grandes extensiones que nos hacían un verdadero emporio productivo, y al mismo tiempo la más espantosa injusticia social, donde las tiendas de raya y los capataces son retratados magistralmente en la obra de Miguel N. Lira, La Escondida, llevada a la pantalla grande en 1956 por el magistral director Roberto Gavaldón, y actuada ni más ni menos que por María Félix y Pedro Armendáriz.

Ver en blanco y negro esos pasajes de la Tlaxcala de antaño puede ser hasta divertido. Pero encarnar el papel de pobre en la vida real no.

Entonces la parte activa de esa corriente de hacendados se decidió a recuperar el terreno perdido en aras de aquél reparto agrario y sobrevino, con decenios de distancia, una venganza cruel y despiadada. El despojo cruento de empleos, un maltrato como no se tenía registro -salvo en aquella época de las tiendas de raya- y la arrogancia propia de una clase pudiente en contra de estratos inferiores, tal como estos consideran a aquellos carentes de su linaje rebosante.

Pero la Tlaxcala moderna detona con caminos, universidades, ciudades industriales, y una tendencia a equilibrar la relación entre aquellos que no dejan de sentirse los dueños de cada hectárea, y la gente que, por miles, cientos de miles ocupó esas áreas.

Así que la nueva disputa se da entre una clase popular, estudiada y trabajadora, y los eternos terratenientes, ayudados hoy por sus capataces que ya usan lap-top y han cambiado el pantalón ceñido y el sombrero de copa alta por prendas venidas de Italia, o mejor aún, por ropa libanesa, para conservar ese linaje del que aquí arriba platicábamos.

La pregunta más importanes es: ¿en manos de quienes está mejor Tlaxcala?

Responderlo de botepronto sería irresponsable. Pero sí le sé decir que en manos del hacendado por antonomasia, el estado se derrumba. Es saqueado de forma tal que, nada más puedo imaginar ese nivel de maldad al evocar ese resentimiento de los terratenientes en contra de los canijos indios a quienes señoritos hechos todos unos empleados de la Federación, dotaron de la gran cantidad de doce surcos en promedio.

Parcelas tan pequeñas no tendrían más destino que el fracaso. Mas aún con esa estrechez estimularon la creatividad del tlaxcalteca y sobre todo, su sentido de pertenencia.

Ver el malestar de la entidad en manos de esa élite de ricos, me lleva a pensar en dos cosas. O ese rico entre los ricos de plano es muy, muy malo, o social y económicamente la regresión a semajentes manos equivale a un suicidio.

En este esquema, veo con decepción que los opositores, no a un partido, sino a la tendencia destructiva de los millonetas resentidos porque les quitaron parte de su fortuna en aquél reparto agrario, practican el canibalismo y disfrutan las migajas arrojadas por aquellos que se empeñan en seguir mandando como patrones.

Por eso hacía referencia a la oposición llamada Alianza Ciudadana, creciendo despacio pero consistente, como una alternativa, para encarar al desbordado deseo hacendado de recuperar  lo perdido.

Las vergüenzas de Banck

Al representante de la Secretaría de Gobernación, Alberto Banck Muñoz, le ha salido lo priísta pese a los malos tratos recibidos de parte del gobernador Mariano González Zarur.

Tiene ante sus ojos las pruebas de un latrocinio atroz, pero demanda pruebas como en el Vaticano lo hacen los encargados de ver la legitimidad de los milagros.

Se ofenden, se perdonan y al final se hacen cómplices.

Han de suponer que los ciudadanos son ingénuos y que se puede atropellarlos con estas maneras tan tricolores que atentar contra la inteligencia de la gente.