Mediante ese término el gobernador de Tlaxcala ha tratado de mezclar políticas regresivas, impulsoras de la faena, con el manejo amañado de recursos en perjuicio de las arcas municipales para privilegiar los dispendios y corruptelas de Secoduvi.

Parte del actual discurso marianista utiliza el concepto: «compromiso social», visto por el mandatario como la actitud ideal de la gente para ofrecer espontáneamente dinero y trabajo, ante la hipotética incansable labor gubernamental, uno de cuyos extraños tratos plantea emocionadas aportaciones, generalmente limitadas, a condición de extraer la misma cantidad de las arcas municipales.

1.- Primero habría que comprender en qué etapa del compromiso social se halla Mariano, si en aquella del esplendor griego donde dicho término daba al pueblo la facultad de actuar paralelamente al Estado para juzgar el comportamiento de una población sojuzgada por el esclavismo.

2.- Podría ser más adelante, cuando desaparecida la esclavitud, el compromiso (o responsabilidad) social llevó a la gente a defender la libertad y promover los derechos humanos.

3.- O tal vez allana a la modernidad, cuando la responsabilidad social para una “moral autónoma y el autocontrol civilizado de sus miembros», según el legado del pensador alemán Clauss Offe, uno de los sociólogos políticos más conocidos a nivel mundial, cuya orientación académica general es el marxismo de la Escuela crítica.
Así que plantear al compromiso social como la facultad de comprometer trabajo y recursos de la gente decae en un cándido afán, de quien los conceptos de pertenencia (otra de sus trilladas palabras) combinada con el oculto pero constante ideal de explotación (propio de los hacendados sobre los esclavos, que para sorpresa nuestra aún existen en Tlaxcala), conforma una verdadera regresión ideológica, a la que nos proponemos llamar la teoría de la gandalléz.

En esta ensalada conceptual hay tres momentos perfectamente identificables:

1.- Qué falta hace quitar la hierba de los caminos, recoger la tierra arrastrada por las lluvias y mantener bien limpia la plaza de armas de cada comunidad. Pues que lo haga la gente, a través de faenas (o sea ese compromiso social bajo los auspicios de la gandalléz).

2.- Ya encarrerados en la novedosa semántica (a veces embarazosa y otras… más) demos rienda suelta a otro ideal, el del culto a la persona a quien le resulta productivo (a su pretendida calidad de estadista), en cualquier gira de trabajo, ofrecer apoyos extraordinarios: «instruyo al secretario de finanzas, a aportar la pachocha para hacer tal o cual obra extraordinaria»… sí, bajo el esquema de: el gobierno pone dos millones, tú, gobierno municipal pones otros dos millones, y el total lo maneja la transparente y nada corrupta Secretaría de Obras (Secoduvi) a cargo, ni más ni menos que de Roberto Romano Montealegre, portento de la transparencia y precursor de la obra perenne (o sea, siempre se queda con ella).

3.- Cabría, en consecuencia abrir la puerta a la idea más actual de compromiso social, en tanto la adopción popular de valores como la eficiencia y la eficacia, actitudes positivas frente al compromiso de cumplimiento cabal, una buena educación, todo ello como el derecho ciudadano a regirse con una solvencia moral, a tal grado que el Estado y su fuerza son desplazados por ejemplo por las asociaciones, grupos, clubes, empresas, comisariados ejidales… ese camino puede tomar la entidad ante la confusa convocatoria marianista, cuya falta de agricultura (de Cantinflas para el mundo) es, inquietante, por decirlo de una forma moderada.

Sobre esto de los términos conceptuales no deja de pertenecer a la misma canasta aquella nula convocatoria al Consejo de ex gobernadores, sencillamente porque el actual no necesita el consejo de nadie. Claro… hay de Consejos a consejos. Yes sir.

Adriana, una senadora única

Ya sin la influencia de Calderón en la Presidencia, a la senadora panista Adriana Dávila Fernández, le urge encontrarse. Tal vez con terapias bajo el principio freudiano aspiraríamos a delimitar a la niña que trae dentro (como todos, verdad) y su nuevo papel ante la complejidad que, por lo pronto manifestó en una súbita apertura, sin resentimientos hacia el político que en 2010 la despojó en las urnas de la gubernatura.

En medio de la verborrea tarabillante, advierto una alianza de facto con su otrora adversario partidista, bajo propósitos cupulares para hacer de alguna manera la guerra a quien le llevó a expresar aparentes deseos de unidad partidista en el PAN, considerando claro, que unidad no significa unanimidad.

De ese pelo es su mejor defensa, en tanto ataque a Héctor Ortiz, desplazado al papel de perdedor en las urnas como resultado de una clara estrategia urdida por quienes se sentaron a la mesa siendo diputados federales de la misma legislatura.

¿Cuándo acabará la descomposición interna del PAN?

Con semejantes líderes, está dificil.

Finalmente esos desfiguros corresponden al fuero interno de dicho partido, mas la añorada formación de la apizaquense, a estas alturas de nostálgica inmadurez, de difícil comunicación y en cada momento de apremio con una apresurada e interminable yuxtaposición de ideas, debería -insistimos- hacer un serio ejercicio de auto exploración, porque lleva tatuado el nombre de Tlaxcala, y allá en las grandes ligas de la política, no renunciar a semejante liviandad, perjudica los afectos de nostros sus paisanos y, no nos hace orgullosos de esa alta investidura, a la que urgen nuevos cursos de prepa abierta, y por qué no decirlos, una verdadera formación académica.

La gran duda

Hace semanas, el hermano de Cristina Díaz, la secretaria general del PRI, describiría con claridad diáfana el destino poco halagüeño de ciertos gobernadores, rotundos perdedores en su intervención dentro de la elección presidencial.

Se habló de plazos.

Enero sería un mes fatal, vamos, hasta se habló de probables sucesores. El caso más cercano consta de un trío (dos priístas y un panista) que, créame generaría un cambio de ciento ochenta grados en la conducción de estados, bajo el frío e impasible escrutinio del peñanietismo, resentido por el acto simulatorio en el cual dejó de hacerse el mínimo esfuerzo para retener el efecto Peje, aunque eso sí, se dejó correr la creencia de ventajas extraordinarias, las cuales fueron viles mentiras según lo confirmó el resultado del cotejo.