Se escuchó el siseo de la matriarca al dirigirse al invitado: «hágame favor de salir de mi casa»; el invitado no aguantó la urgencia de, ponerse a trabajar, y tampoco las comparaciones con su antecesor.

Sucedió el pasado miércoles

Nos dicen que tras el atraco a una de las plantas chiautempenses productoras de tilmas, cobijas y cobertores, la comunidad española acordaría girar una atenta invitación al gobernador de Tlaxcala, Mariano González Zarur, para instarlo a ensanchar las capacidades de su administración, pues no se puede vivir en medio de la angustia.

Me parece que la empresa afectada sería Manofil y, como le decía, las familias de propietarios de estas factorías recibieron cálidamente al coordinador de los esfuerzos de todos…

Y con la confianza a la que suele llegarse en este tipo de reuniones, con semejante invitado, comenzaron las quejas y las sugerencias, debido a la amenaza latente de extorsiones, secuestros, robos y asesinatos.

La respuesta se tornaba dentro del parámetro esperado… he puesto mi esfuerzo… no me presionen de esta forma… a veces le pierdo la fe a mis colaboradores…

Más o menos así habrían sido las respuestas, dicen los que asistieron.

Sin darse cuenta, el ambiente se caldeaba, sobre todo cuando una de las respuestas, primero ocasionaría un silencio y luego… ya verá…

– «En lugar de tanto reclamo, díganme qué hago, pues yo ya me desgasté»

Y vendría , según nos platican, un clamor general entre la concurrencia: «pues ya póngase a trabajar».

El ambiente, decía, se hizo denso.

El invitado comenzaba a pasar del estado amable al incipiente colérico que tan recurrente le es.

En eso andaban cuando el tono sereno e impasible de la abuela -yo diría, una de las matriarcas de esa comunidad- sin el menor rubor, sin el mínimo asomo de culto a quien tenía enfrente, pronunciaría en forma muy clara y con el siseo que ameritaba el haber dejado a medias la fabada y demás viandas que aguardaban en la mesa.

«Hágame favor de salir de mi casa…»

Y quien recibió la orden… se fue.

Otra fuente, también nos dice que el malestar del invitado se dio cuando en confianza, varias voces hicieron comparaciones entre lo que en ese momento veían como una errática administración en ciernes, y lo conseguido por su antecesor.

La molestia del invitado fue suprema.

Entonces vino aquello que ya le expuse aquí arribita: «Hágame favor de salir de mi casa…»

¡Zaz!

Obispo, responsable solidario en caso Aztama

Tras la ira colectiva suscitada ayer en El Carmen Aztama -como en otras comunidades tlaxcaltecas, y del país- hay una grave responsabilidad de las autoridades.

Para nadie es ajeno el creciente rencor social, generado por la pobreza, por la inseguridad, por la crisis económica y, por si fuera poco, por autoridades civiles corruptas, autoritarias y mentirosas.

Entonces, entre la gente hay una potencial ira, que detona al toque de las campanas como si viviéramos en la edad media, y justifica en la fe el inexplicable placer colectivo de descarnar cuerpos de presuntos ladrones sacrílegos.

Y en el caos, cada quien mira a través de cristales de muy difícil comprensión.

Si la autoridad civil tiene gran culpa, la eclesiástica y su perversa capacidad para dosificar la llave con la que activa a la masa violenta y luego no la puede detener, no puede ni debe ocultarse en las mullidas butacas de una curia a la cual anima demostrar su influencia al gobierno.

Cada cual cobra sus pasivos. En la magnífica foto de Cesar Rodríguez (El Sol de Tlaxcala) se observa la saña con la cual varios sujetos golpean a un agente ministerial. El momento capta a un hombre robusto, calvo y con el atuendo propio de quienes han regresado de los Estados Unidos.

¿Es justa esta golpiza utilizando el nombre de la virgen de El Carmen (Aztama)?

Creo que no. A la virgen y el robo del que fue objeto, se le usó para descargar una ira contenida por años, según puede apreciarse por el odio manifiesto.

Ante estas muestras de barbarie, el vocero de la Iglesia Católica, Cristobal Gaspariano Tela, concluye con la siguiente tesis: así lo pagan quienes atentan contra la fe de los católicos.

La Iglesia Católica tiene que actualizarse. El obispo, Francisco Moreno Barrón, es responsable solidario y debe, como el jerarca de fe que es, proponer un nuevo pacto con su feligresía: «nadie, por muy devoto puede violar la ley».

Nada tiene que ver la doctrina católica, con la desmedida inclinación por la fiesta, muy particular, donde corren galones de ron barato y se hace el gasto a las cervecerías, donde a contrapelo de la autoridad, se queman cohetones, aunque muchas veces cobren la vida de inocentes o los mutilen, en honor a un culto que un verdadero líder espiritual no debería pasar por alto, gustoso por cierto, ante las talegas repletas de limosnas.

Lo más doloroso de este evento violento es la presencia de niños en la primera fila.

Es el tiempo de su formación. Ver a un paisano suyo dando puntapiés a un agente ministerial no lo podrá olvidar. Escuchar del tumulto que la ira se justifica porque una presunta ladrona sustrajo joyas a las que se atribuyen poderes milagrosos, requiere una inmediata atención psicológica pues su futuro no debería construirse sobre estos raros afectos materiales, sustituyendo valores como la honestidad y su derecho al conocimiento.

Esperamos ese nuevo pacto, de condena a la violencia y de dar a las autoridades su lugar.

Nos impresiona el poder de las campanas. Llaman a la misa, doblan por la muerte de alguien, celebran la pascua, pero también convocan a los feligreses en medio de una peligrosa incertidumbre, pues la urgencia de repiques a horas extraordinarias es tan efectiva como las alarmas que se adelantan a los sismos o que alertan por la presencia de fuego.

Aquí es donde cabe la inteligencia del gobierno. No como extensiones de un autoritarismo inútil. Y menos como miserables peticionarios del voto, eso es humillante y vergonzoso.

Su labor es el análisis permanente y profundo para asomarse a la complejidad de cada pueblo.

Mire que las cámaras instaladas en templos que albergan tesoros de gran valor estimativo, de creencia y hasta económico, se toman como gesto atento de una autoridad preocupada por resguardar semejante patrimonio.

Pero si el dinero se malgasta, inexorablemente se da el rencor social y se manifiesta con golpizas como la recibida por el agente ministerial, por cierto fuera de peligro y si acaso con magulladuras en todo su cuerpo por el castigo recibido al conformar un torpe operativo para rescatar a la presunta ladrona sacrílega, acción en la que los comandantes desenfundaron sus armas y las apuntaron a la gente.

Peor escenario no hay, se lo aseguro.