Puede que esta frase del coordinador peñista en Tlaxcala sea su novatada, parece pasar por alto al entreveramiento generacional, médula del discurso de Enrique Peña Nieto.

A Mariano González Aguirre, quien es coordinador de Peña Nieto en Tlaxcala, le pasó por alto el culto que el abanderado tricolor a la Presidencia, tiene por las generaciones rancias de su partido, a las cuales considera tan vigentes que las coloca en lo que llama: “entreveramiento generacional”.

Esa mixtura de edades es la condición que permite a un joven de la política tlaxcalteca, ocupar un lugar tan cercano con el priísta que probablemente saque el próximo uno de julio al PAN de Los Pinos.

Los críticos de Peña dentro del mismo partido ven en esas generaciones del pasado a los grupos que mantienen secuestrado al candidato, pero, ¿qué sería el de Atlacomulco sin el cobijo de Arturo Montiel o la presión de Manlio Fabio Beltrones; sin la retórica de Beatriz Paredes y la protección del líder nacional, Pedro Joaquín Coldwell?

Aquí, los viejos del tricolor no dejan de ser vitales para el proyecto encabezado por el retoño de Mariano González. Pero le falta edad para comprender el papel de cada cabeza de grupo.

Infiero que la desdeñosa afirmación tiene a Héctor Ortiz y a Alfonso Sánchez Anaya como destinatarios. Nada más que los dos pasaron más de treinta años dando forma al entonces partido hegemónico en Tlaxcala.

Y tan viejos –más que diablos- esos priístas de los que González Aguirre se ha ocupado, supieron en su momento adquirir otros partidos a manera de franquicias, pues el tricolor de toda su vida fue estrechando los espacios, acción por cierto en la que mucho tuvo que ver Mariano grande.

Del talento de esos dos, “priístas viejos” resultaron sendas gubernaturas, con el partidazo en el corazón y las siglas PRD y PAN cubriéndolos.

Es más, otro tricolor de las generaciones idas es el de los viajes a Alemania, y a Japón, a Nueva York y a China.

Digamos, fue tanto lo visto y aprendido en el partido del cual provienen que con el tiempo les fue posible acariciar el triunfo, aun sin mantenerse en los terrenos de la lealtad.

Debe el mozalbete tricolor enriquecer su acervo para no injuriar a la historia con frases ocurrentes, que a cualquiera encueran y le exhiben en términos de una parcialidad con la cual no debería conducirse el encargado de la oficina aquí –ni más ni menos- del que puede convertirse en mandamás del país.

Su otro mentor, Mario Armando Mendoza, anda en las mismas en cuestiones históricas del partido en Tlaxcala. No dudo que tenga en la cabeza un compendio completito del pescado blanco de Pátzcuaro, pero oiga usted, esos son otros lares, bien lejos del Altiplano.

La suma de tres, uno malagradecido, otro joven y uno más, fuereño, da como resultado el desafío de reunir 250 mil votos el primero de julio.

Está canijo.

Primero porque uno de los priístas viejos desechados –según el niño- de su partido y aprovechados por el PRD, acaricia hoy la posibilidad de repetir el triunfo de Andrés Manuel López Obrador en 2006.

De poco han de servir tantos regalitos y el arrastre del esposo de la Gaviota, a quien subutilizarían con el discurso este de que los viejos priístas se fueron a otros partidos.

¿Qué pasa entonces con viejos y respetables priístas como Joaquín Cisneros?

No me diga usted que en él los años decrecen.

¿Y Javier García, y Carlos Bailón, y Ubaldo Velasco, y en el extremo Tomás Munive Osorno?

Sería mejor aceptar la lógica de Peña Nieto, al ponderar ese entreveramiento generacional, del que surgen personajes con los ímpetus de Marianito pero con la sapiencia de, ¿Beatriz Paredes?

Las campañas

Ya llegaron al último trecho. Parece que de aquí al uno de julio todo depende de la estrategia y sobre todo el recurso económico para poder desplazarse con agilidad en esa labor de persuasión que no acaba hasta lograr el triunfo (o el fracaso).

Conmueve la inacción de dos: Adriana Dávila –muy segura de que llega- y Joaquín Cisneros –en las mismas.

Lorena le imprime ganas pero queda corta… por cuestiones de pesos y centavos.

Así que aquí quienes van en segunda fórmula juegan un papel fundamental.

No exageramos al decir que la campaña del PAN descansa en los hombros del ex gobernador Héctor Ortiz, y que pasa lo mismo con Anabell Avalos, del PRI.

Aquí se encuentra la verdadera lucha.

Uno, Ortiz ha de bregar en condiciones bien difíciles, sobre todo al pensar que su trabajo es para apuntalar a una seño impopular e iletrada, cuya ansia de poder, por poder, carece de planteamientos convincentes.

Otra, Ávalos, recibe el reconocimiento de las altas esferas de su partido por llevar a su campaña a niveles riesgosos para la salud.

Ambos casos tienen algo en común. Ortiz y Ávalos disponen de estructuras propias. Y si bien han de mostrar su disciplina a la superioridad (esa les viene de su formación tricolor) también disponen de una movilidad extraordinaria.

Creo que la elección se la juegan estos dos equipos.

Que aquí, Lorena juega un papel muy importante como factor de bajo perfil, pero apuntalada por el tremendo arrastre del Peje y, lo principal: por un potencial voto útil que el orticismo le puede ofrecer si así lo determina un resultado trágico para su causa.