Tomaría su dignidad y con su habitual jetatura, un poco más acentuada, salió del trono-altar, no sin advertir: “fui tu gran promotor; hoy seré tu decidido detractor”…

El fantasma de la ira no deja de rondar en el palacio de gobierno; se manifiesta cuando más daño causa, como el lunes antepasado, cuando dos puntales del marianismo acabarían con hiel la estrecha relación que les permitió acariciar varias veces el éxito.

Los dos últimos encargos hechos por su partido, el PRI, a uno de sus mejores legisladores del capítulo moderno de México, Carlos Rojas Gutiérrez, fueron recuperar Chalco en el Estado de México en 2009 y Tlaxcala en 2010.

Entregó buenas cuentas, porque las dos plazas, una en manos del PRD y Tlaxcala gobernada por el PAN, pudieron retornar al mapa tricolor.

Rojas es uno de los creadores de Solidaridad, en el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, al ser nombrado secretario de Desarrollo Social. Después, con su amigo Luis Donaldo Colosio, continuó agrandando la beta que significa no apartarse del tejido social, por cierto, término acuñado en la campaña de su amigo Mariano González Zarur, con la propuesta añadida de la restitución. Sí señor, lo recuerdo muy bien… “vamos a restitutir el tejido social roto”.

Al enterarnos del presunto desencuentro entre González Zarur y Rojas Gutiérrez, en el despacho del primero, pues uno no puede sino lamentar el escenario de ruptura que iría de menos a más, hasta llegar a la frase lapidaria expresada por el político premiado en los tiempos del neoliberalismo brutal con el Águila Forjada, al sumar méritos suficientes para considerarlo como el mejor legislador priísta.

El reclamo se daría en los siguientes términos: “estoy hasta la m… de pagar tan alto precio por una asesoría que al día de hoy ha sido incapaz de superar los problemas que sumen al gobierno”.

Y la respuesta no pudo ser menos contundente: “y yo estoy en las mismas porque teniendo este nivel de asesoría has preferido escuchar a los buenos para nada que tienes bajo tu yugo, gente inútil a la que le pagas no obstante su responsabilidad en la cadena de fracasos de la que hoy tanto te quejas”…

Entonces se presentaría la primera advertencia, tomada del infaltable culto a su persona, agravada por la jerarquía: “¡no te olvides que estas en el despacho del gobernador!”.

Nada pudo ser más improductivo en ese momento de ánimos caldeados.

Mas el obsoleto sistema de sumisión ante el tlatoani, en tanto práctica obligada por quien se ha colocado en el altar, herencia de su formación bajo el avasallante concepto presidencialista, aportó para que la ira cubriese con su manto ese debate y decantara en la promoción de frases más hirientes, esas que llegan sin invitación e infectan cualquier ángulo reconciliatorio posible.

La solemnidad de ese formidable despacho, aludido por la parte que resultó la más dañina, sirvió de medio de cultivo para sumar el siguiente golpe (el acostumbrado manotazo sobre el escritorio no se hizo presente, pero ni falta que hizo, pues quedó confirmado que la palabra hiriente es una flecha envenenada que se va directo al corazón).

– ¿Quién te trajo, Rojas?, sería el reclamo ya con un tono que a la gente en torno del trono-despacho, le hizo sentir la gravedad irreversible de ese momento.

Y sobrevendría la respuesta de quien a partir de ese momento impediría cualquier argumento de su contraparte.

– “¡Yo fui quien te trajo… entonces si yo te puse, yo te quito!”

Rojas Gutiérrez, uno de los hombres clave en el triunfo de su partido en Tlaxcala, se encargaría de poner ese hielo que quema de tan frío, que genera temblores a aquellos que lo han propiciado:

– “Si fui uno de tus principales impulsores, a partir de este momento soy el más decidido de tus detractores”.

Imagino cómo acabaría aquél desaguisado. Sin despedidas. Sin el socorrido abrazo priísta cargado de la flema diplomática de quienes habrían dejado una veladora encendida a algún santo de la reconciliación.

Nada de eso. El ex senador, el ex secretario general del Revolucionario Institucional, el colosista a toda prueba, tomó su dignidad y partiría, si acaso con su habitual jetatura un poco más acentuada.

Ah, pero eso no fue todo.

Ya encarrerado el diablo de la ira, sería llamado el apizaquense Ubaldo, ni más ni menos que para llevar la impronta de Rojas al escrutinio de la Secretaría de la Función Pública, como un intento para fastidiarlo por el atrevimiento aquél de contrariar al Señor en su altar.

Pero el güero oficial mayor, vasallo casi con la rutina ensayada para calmar la ira de Júpiter, persuadiría a este para no agravar con semejante bodrio la tragedia política que acababa de ocurrir… – “se vayan a enojar en el Comité Ejecutivo Nacional (del PRI) y para qué quieres…”

Todavía con los ojos desorbitados por el osazo que acababa de protagonizar, el tlatoani que se desmembra, desaliñado pero muy en la mesa de mando pudo recuperar, poco a poco la calma, casi en la misma proporción que dejaba de cesar luego del despliegue demostrado de poder de quien puede estar cortando sus venas, pero eso sí, sin ceder un ápice a la razón que siempre va a tener por el sólo hecho de ser quien es.