En ninguna parte del planeta hay tanta irresponsabilidad como en Tlaxcala, donde los caprichos del suelo nos permiten ser depredadores con licencia.


Es urgente la valoración de las zonas más riesgosas de Tlaxcala porque, se lo anticipamos, no tarda en registrarse un derrumbe ante las bravas lluvias que irán creciendo conforme pase el tiempo, según estimaciones del Instituto Estatal de Protección Civil.

Las caprichosas formas que toma la zona conurbada de la capital obliga lo mismo a vivir cerca del río Zahuapan que, empotrado en salientes que no son de piedra maciza, al contrario, pueden venirse abajo por el reblandecimiento del suelo, si bien tepetatoso pero, incapaz de librar la intensa humedad registrada debido al temporal.

Basta un vistazo a la parte superior de la capilla de San Nicolás, allá por las oficinas de TELMEX, para ver que una gran residencia descansa sobre un debilitado cerro, formando un verdadero ángulo recto. Pero nadie es capaz de evaluar ese factor de riesgo, seguramente porque la residencia en cuestión pertenecerá a algún potentado.

La avenida Independencia de la Capital es en realidad un largo camino a la orilla del cerro. En ambas aceras registra dos fenómenos: las construcciones enclavadas en desniveles y la especulación que, hace práctica común ganar centímetros al vecino, así sea recortando en forma vertical el terreno donde se levanta su domicilio.

Eso lo hacen los vecinos de abajo. Parecen ignorar que ellos mismos provocan un potencial deslave. Usted sabe que las desgracias tienen los orígenes más extraños… y qué tal si un mal día quedan sepultados en toneladas de lodo.

Vivir en la colonia Adolfo López Mateos (por el recinto ferial) implica convivir con un río habitualmente escaso de caudal pero, maloliente porque arrastra descargas criminales lo mismo de aguas negras que, de aguas utilizadas por la industria, río arriba.

Pero cuando se abaten trombas como la de este miércoles, cuando nos hacemos pequeños ante la furia de la naturaleza y vemos que el río ese sin mayor importancia se convierte en un monstruoso caudal, entonces toca la responsabilidad a nuestra conciencia.

Y justo en ese momento nos damos cuenta que habitamos la zona menos recomendable. Vemos flotando el colchón, la comida del perro, los papeles importantes y, nos arrepentimos de no hacer caso a las recomendaciones de las autoridades que, aquí entre nos, blandengues como suelen ser, son incapaces de decretar zona de riesgo a esta parte de la capital… nombre, capaz que los dueños los cuelgan del árbol más alto.

He ahí el fondo del problema: la especulación.

Hace unos meses atestigüé como un particular se apropió de una barranca que daba salida a las aguas almacenadas atrás de “La Virgen” en San Gabriel Cuautla, justo donde se unen la avenida Ocotlán y la Independencia, en un caprichoso nudo.

No hubo fuerza humana capaz de persuadir al individuo en cuestión de dejar por la paz a la barranca. La llenó de cascajo y, le puso el consecuente letrero de “se vende”.

Esta práctica, nos hace un pueblo de quinta y no la capital que debiéramos ser. Y se nos invita a la misma mesa donde comen alcaldesas de la talla de Blanca Alcalá, pero aquí nos conformamos con ver cómo somos capaces de destruirnos, desafiando al temporal, a nombre de nuestra debilidad por quedarnos con lo que no nos pertenece o, de plano, arrebatárselo a la naturaleza.

Somos unos depredadores estimulados por nuestras autoridades.