Un gallo, tonos abajo, entradas titubeantes, nos llevan a pensar… ni el tenor cobró dos millones de dólares, pero el inventor dejó correr la versión; urge por tanto un informe detallado de las inversiones, las pérdidas y el número de empleados atracados con la venta forzada de boletos.

Es legítimo el proyecto marianista por sacar a Tlaxcala del anonimato, ni quien lo dude. Ahora, si traer a Plácido Domingo es la hombrada que opaca críticas y endereza jorobados, cabe profundizar en las causas para convocar al querido tenor, antes y después de su actuación.

1.- El formidable intérprete de zarzuela cumplió viniendo a Tlaxcala. Lo hizo porque es un artista serio y respetuoso del contrato firmado con el gobierno de Mariano González Zarur.

2.- Tonos abajo, frases recortadas, un gallo en la actuación y al menos dos entradas titubeantes, no hablan de un Plácido en su mejor momento. Dos ejemplos: Granada –de Lara- no contó con los conmovedores do de pecho, esos que ponen la piel chinita, como tampoco ocurrió con Amor vida de mi vida –Moreno, Quintero y Arozamena- una de las creaciones más hermosas de nuestro admirado Plácido, labrada en oro en actuaciones con la rúbrica de los tres tenores.

3.- Un espectáculo con estas deficiencias no cuesta cinco mil 500 pesos, ni dos mil, ni mil… algo así nos puede sugerir que los mejores momentos de Plácido quedaron en la historia. Y está en todo su derecho, pero no es en Tlaxcala y su, «humilde estadio Tlahuicole» como lo calificó el enviado de AFP, donde se tenía que descorrer el telón con la leyenda: Todo por servir acaba.

4.- La sonorización fue deficiente. Sobre todo en las partes altas del estadio. El césped no era sino zacatón reseco para la incomodidad de la estoica multitud que, pese a las improvisaciones, a los videos con jiribilla y al frío, aguantaron vara hasta el final.

5.- Pagar dos millones de dólares para ser complacido con El Rey, de José Alfredo Jiménez, y de paso hacer promoción del estado es un gusto demasiado caro.

Hemos de insistir –pese a los escribidores benévolos y ambiguos- en demandar claridad respecto a los motivos de ponernos ahí en el espantoso estadio una fuente cultural para abrevar en las peores condiciones posibles.

Si fuera el gusto del gobernador por la buena música, con muy poca inversión pudo haber traído a alguno de los múltiples tenores mexicanos, esos sí en su mejor momento. Pero aquí se trató de evaluar el poder… qué tal eh, ¿no que no se llenaba el estadio? Claro, regalando los boletos en radiodifusoras, universidades, dependencias y taxis. Enjaretando talonarios completitos a alcaldes y sus esposas o bien, a cuenta de la quincena como lo hicieron con infinidad de empleados del gobierno estatal.

Ahora viene lo bueno. Hay que entregar cuentas. El gusto salió caro y es obligación de quien más lo gozó, reconocer si hubo pérdidas, revelar de dónde tomó el dinero para pagar y aceptar que en próximas oportunidades deberá despojarse de sus misteriosas necedades, pues viejos, campesinos, obreros…¡empresarios!, no querrán más pan (¿?) y circo y sí en cambio una verdadera política social; una respetable estrategia de fomento a la productividad mediante el trabajo serio de sus autoridades, pues estos desfiguros desfalcaron a muchas víctimas del atraco institucional llamado: Toma tus boletos, de todos modos te los descontamos y no protestes…

Mire usted, las notables bajas interpretativas de Plácido Domingo, mezcladas con el culto a la persona de su contratante nos llevan a pensar que ni el primero cobró dos millones de dólares –perdón pero no los vale- y el segundo dejó correr esa versión.

A Miguel de la Madrid le cayó del cielo el sismo del 19 de noviembre de 1985. Cargó a la cuenta de este las estúpidas medidas económicas que nos hicieron miserables.

A Calderón, la guerra contra el crimen organizado le ha resultado un interesante método de aprovisionamiento.

Y mientras no se aclaren las cuantiosas inversiones que acabaron retacando este que resultó uno de los peores escenarios donde se ha presentado el tenor Plácido Domingo, podríamos pensar que se trató del gran timo a los tlaxcaltecas.

Por cierto

Imagino de dónde salió la versión de 23 mil personas presenciando el espectáculo. A ver, si fueron colocadas 11 mil sillas (mil 500 de las cuales se retiraron minutos antes de la función), y si la capacidad del humilde coso no llega a las cinco mil, para hablar de 23 mil, intervino un colmillo, mejor dicho una muela. Aquí entre nos, quien rentó esas sillas que le platico, dio «mochada» para que lo dejaran meter más asientos de los acordados.

Luz y sombra

Si el oficio de la soprano puertorriqueña Ana María Martínez, alumbró al concierto y por momentos lo salvó de perder continuidad –fue emotivo escucharla a dúo con Plácido cantando El Gato Montés (Penella Moreno)- por otro lado, resultó una penosa sesión desafinada la actuación de María Elena Leal –hija de Lola la Grande y Alfredo Leal- desaprovechando la oportunidad de cantar Deja que salga la luna –José Alfredo Jiménez- a lado de quien fungió como su anfitrión.

La diferencia

En la rueda de prensa ofrecida al término del concierto, Plácido Domingo a sus setenta años de edad y 50 de carrera, reconoció que se acerca la hora del retiro y, aunque adora el escenario no dejará de estar cerca, pues lo mismo es director de orquesta que ha hecho un éxito el certamen Operalia, de donde han salido valores de las hechuras de la bellísima boricua Ana María Martínez. Coincidimos con el tenor… es tiempo de pensar en el retiro. A penas un año antes, en la rotonda del Ángel de la Independencia, un concierto similar al del sub estadio Tlahuicole, contó con una calidad interpretativa fuera de discusión, emocionante y con la calidad suficiente como para hacerlo un DVD digno de colección.

Eso no pasó en Tlaxcala.