No importa el partido al que pertenezcan quienes detentan el poder, en Tlaxcala son evidentes las muestras de inconformidad por el desdén de la clase política entre sí, que arrastra a quienes suponían al cambio como una etapa de mejoría.


Van diez meses de gobierno y según parece, una brecha se expande entre la población y quienes ejercen el poder, sin importar su origen ideológico, pero influenciados por el aplastante estilo tricolor, de regreso al trono.

La agenda legislativa conformada en agosto pasado a penas si alcanza un progreso del cincuenta por ciento pese a las voces críticas del propio Congreso, que sugieren más atención al reto de sacar los pendientes, encima de los proyectos personales de legisladores ilusionados con hacer maletas para contender en la próxima elección, pese a la incipiente labor en su papel de miembros de esta Legislatura.

Al Poder Judicial siempre le hace falta dinero. No hay presupuesto que satisfaga sus necesidades, ni oportunidad desperdiciada para demandar mayores apoyos.

Sin embargo, el rezago de expedientes es formidable.

Personas encarceladas injustamente, feminicidios a los que se resta importancia, y como en botica, de todo en los juzgados en edificios estrechos, inseguros, deliberadamente escogidos con esas características para sembrar la idea de la escasez, no le hace que ciertos magistrados o magistradas cuenten con un nivel neoyorquino de vida.

Para el Poder Ejecutivo las cosas no son más sencillas. Se halla a 40 días del primer informe de gobierno y es difícil encontrar razones que nos lleven a pensar en un documento nutrido en obras.

Este primer ejercicio brilló por la queja constante. Culpar al gobierno anterior rindió al principio mejores dividendos. Con el tiempo se hizo costumbre y al transcurrir de los meses los plazos fatales llegaron con todo y facturas a la cuenta social de Tlaxcala.

De sí, el temperamento del ejecutivo es rasposo. Al paso de los meses, en una permanente gira por el interior del estado pasó de raspar a lesionar con respuestas hirientes a ancianos, campesinos y demás miembros del numeroso club de los pobres. “No saben hacer otra cosa que pedir, lo malo es que no hay dinero”.

De aquél candidato del gobierno con la mano firme al protagonista de la gira del, “no hay”, se palpa una diferencia notoria.

Será balín el estilo tricolor de los años idos como fórmula propuesta para sacer al buey de la barranca.

Pero la escasez de obras y apoyos no afecta a la pachanga de la clase política, ¿preocupada por los pobres?, no’mbre, preocupada por el proceso electoral; por alcanzar alguna de las candidaturas al Senado y a la Cámara de Diputados. Hechos bola en el equipo de alguno de los aspirantes a la candidatura más importante en disputa: la presidencial.

Este año está por concluir. Después del 20 de este mes, cuando culmine la Feria, vendrá una efímera etapa de cruda para quienes desde su trinchera detentan el poder, y de ahí dista quincena y media para el ineludible puente Guadalupe-Reyes, tiempo de reflexionar. ¿En qué?, pues en la cortedad de los logros que el cambio trajo consigo.

En el inter, pasaremos a formar parte de las capitales con espectáculos de primer mundo. El magno concierto del tenor Plácido Domingo, con precios de primer mundo. El boleto costará alrededor de 280 euros, aunque los pobres también tengan oportunidad de atiborrar las gradas del Tlahuicole, pagando la friolera de 15 euros.

El tiempo vuela hacia el informe de gobierno del “no hubo”, y seguramente para la promesa del, “pero van a ver cuando llegue Peña Nieto, entonces sí va a haber”…

El tiempo gerencial del poder, carente de liderazgos con una esperanza real de mejoría ha sentado sus reales en el estado incapaz de refrenar su estrepitosa caída al fondo.

Existen parámetros desalentadores en materia administrativa cuyo surgimiento sólo podríamos atribuir a la apuesta de ganar la elección de 2012 y la creencia de mejores estadios por el hecho de un potencial triunfo.

Sin embargo, el llamado voto de castigo –en contra de todos los partidos- también se gesta como seña de inconformidad por el escaso avance a pesar de la estruendosa disputa, con frases tristemente célebres como aquella de, “cuando hables del SNTE, lávate los dientes”, dicha por un diputado panista, Justo Lozano, al colega suyo que osó confundir su origen sindical.

Si la clase política no modifica esquemas desdeñosos entre sí, si la gente sigue sintiendo el vacío ocasionado por la estéril proclamación de ser mejores por pertenecer a un partido o a un grupo, nos aguarda una severa etapa de inconformidad social, con el daño irreversible al tejido, término llevado a niveles de pitorreo por el bipolar a cargo de comandar el hundimiento