Ha de tener por target al elegante y cano Sergio González Hernández, quien adoptó de por vida la jetatura de secretario de Gobierno, y la mezcla con un encantador porte, exclusivo del super agente 86…

Poco después del fracaso electoral de julio, el todavía gobernador panista, Héctor Ortiz Ortiz, estaba convencido que dejar a Adriana Dávila, las riendas del partido sería lo menos desgastante, dada su beligerancia, sus resortes en el gobierno federal y a que alguien tiene que trabajar al interior del blanquiazul.

La derrota estaba cantada ante el deprimente papel que lo mismo incluyó arrollar y quitar la vida a personas que a despojarse de las chanclas en público de la gente, a mares, en aquél inolvidable cierre al cual muchos asistieron como un raro tributo a su activismo en contra.

Adriana fue incapaz de superar rencores y lo trasladó a las urnas. Los votantes, nada ingenuos optaron por cualquier opción, menos esa envuelta en destructivos desplantes y perversos desahucios.

Consciente del enorme boquete por el cual la nave hacía agua e iba en picada, el franquiciatario del PAN, Héctor Ortiz, se dijo a sí mismo: misión cumplida… hicimos como que apoyamos… y apoyamos (a Mariano) pero con discursos de ida y vuelta, anticipando una discreta operación misógina, a contrapelo del puño de Calderón, dispuesto a consentir a su protegida, “aiga como aiga…”

Así que Ortiz optó por no confrontar intereses; si el partido es su deseo, pues quédense con su partido, hoy opositor y en franca descomposición merced al adrianismo que le aguarda rumbo al camposanto de cualquier valor doctrinario, en mano de algunos lunáticos empeñados en hacer diamantes con carbón de madera para cimbra.

Sabedora de la tolerancia hacia sus mimikis (berrinches) y que a veces (nada más a veces, ajá) ofende sin querer debido a su apasionada y exquisita inepcia, la seño Adriana mordió sus labios y decidió pedir pecunio a aquél en quien tantas veces descargó su malquerencia.

Por cierto mal hecho, si se toma en cuenta los bonches de sorjuanas que sin usar como lo marcaban los cánones hipócritas del gobierno federal, nunca llegaron a las manos de los más pobres para apaciguar con la compra de su voto un poco de la cruel hambre padecida en familia, y de familia en familia…

La cosa era joder.

Y como este negocio en eso consiste, pues perdió la vergüenza y pidió.

Algo le dieron, estoy seguro.  Pero sobre todo, le dijeron (o le dieron a entender) que tomaba posesión del partido (además de los centavos dados para lavar baños y tapetes del bello edificio de la generación espontánea, en Independencia).

Además, la promesa de optar por una estrategia tricolor para probarla en el PAN. O sea, una candidatura única para beneficiar a quien ella señalara con su varita mágica (esa con la que ha imitado al rey Midas, nada más que al revés).

Es aquí donde surge la figura gallarda y cana de Sergio González Hernández, el super agente 86 del Altiplano, cuya jetatura adquirida cuando secre de Gobierno, se le quedó a manera de castigo de quien al despertar llama a subordinados y boleros, aunque nada más cabras sean las que lo celebran en coro.

Así es como se escribe la nueva historia del (lo que queda) PAN en Tlaxcala.

Un partido de avanzada (yea), honesto (ejem), democrático (ouch…), pragmático (eso sí, ni quien lo niegue), pero a la vista de todos, la única alternativa capaz de asumirse en contrapeso ante la actual tiranía, quiero decir, alegría que muchos sienten porque acabó una historia, la de los excesos y comenzó otra, también de excesos según se ve, pero aderezada con madrazos sobre la mesa, esperando de la multitud una genuflexión de entrega y humillación (zaz).

A propósito de excesos

Qué descaro, verdad. Ser comisionado de la USET, para echar la güeva, debería ser una de las fobias del delicado Tomasito Munive Osorno, preocupado –jura por esta- por el bajísimo rendimiento encontrado entre los chamacos y chamacas que atiborran nuestras escuelas.

Quién no recuerda a don Pepe (José Pérez Martínez) con dos plazas, pero entregado a la leal y delicada labor de cuidar las espaldas a la productivísima diputada (ex) Irma García Izozorbe. Qué cuate, ¿no?, utilizar experiencia y conocimientos como uno de los más inteligentes mentores, para andar manejando la camioneta de la seño esa, con sueños de grandeza en la grilla, pero con una realidad propia de sus años…

Yo no sé si las instituciones puedan manejarse a control remoto, pero me atraganta el llanto cada que veo a un delicado don Raúl Romero, persistir en el manejo de la Beneficencia Pública, gracias al trámite alcurnioso de la seño, cuyo profe-chofer, se encargaba de llevar y traer solicitudes a la casa grande de gobierno.

Tal injurioso nombramiento se niega a desaparecer como debiera, en congruencia con la especie de renovación moral emprendida por el marianismo y ya con víctimas, como el pobrecito de Jesús Luévano, cuya foto publicada ayer con singular humorismo, muestra las profundas heridas que le dejó el que con saña ataca a unos y no lo hace con otros.