Tiene en su canasto las caberzas de Rolando Romero, Aurora Aguilar, y se la tiene sentenciada a Leonor Romero… si los deja vivir, supone, no podrá convertirse en la candidata panista con el triunfo asegurado a la senaduría en la próxima elección federal.

Al próximo dirigente del PAN en Tlaxcala le va a tocar la última parte del apoyo del gobierno calderonista y su atropellado estilo de hacer política.

Debiera pensar en acciones unificadoras, pero puede advertirse el activismo de Adriana Dávila, para asegurar su unción como la candidata a senadora con amplias posibilidades de llegar.

Y así, con esta conducta destructiva corriendo por sus venas de panista, Sergio González Hernández, el viejo lobo con la sed asesina reactivada por la caperucita azul que lo tomó del cuello y le puso una atadura alrededor, se perfila como inminente líder estatal de lo que queda de su partido, el PAN.

Y no es por hacer menos al señor Ángelo, pero creo que como político le quedan muy buenas las pizzas hawaianas… la corta edad de su carrera, el mérito cuesta arriba y la espesura hemática que padece, son elementos aprovechados por su compañero piraña, el ex secretario de gobierno de Tlaxcala.

Al desmenuzar los actos uno tras otro, de este beligerante grupo, podemos ver, primero que los recientes cambios en delegaciones, para nada contaron con el aval del gobernador Mariano González Zarur –quien no oculta su animadversión por la amañada presencia de aquellos.

Aun peor, su llegada equivaldría a la apertura de comités panistas, pero con picaporte a personal al servicio de Adriana, en esta otra competencia en la cual lo que más detesta son competidoras.

Por eso corta la cabeza a Aurora Aguilar Rodríguez, en la delegación del ISSSTE, y coloca a un incondicional.

Por eso, hizo lo propio con Rolando Romero López, en la delegación de Sagarpa, y se hace de esa dependencia, aun con las escasas posibilidades de popularizarse en un sector con el que siendo candidata a gobernadora, nada más no pudo…

Y también por ese motivo, tiene sentenciada a su otrora carnala, Leonor Romero Sevilla, en la Sedesol, y seguramente no descansará hasta verla fuera.

Le enferma ver a las que fueron sus amigas, sonriendo al Presidente y a sus más próximos, pues sabe que cualquiera tiene más capacidad y más mérito partidista que ella. Así que lo mejor es asesinarlas políticamente. Exterminarlas, borrarlas de su vista.

Tendría que matarlas para acabar con su profundo panismo y con los contactos, por cierto, de los cuales se valió para colocarse.

Bueno, ya entiendo las causas de la Dávila, para pedir al hoy ex mandatario de Tlaxcala, Héctor Ortiz Ortiz, a no abandonar las filas de su partido, y al contrario, a procurarles una entrada, suficiente para sostener el tremendo edificio, por cierto regalado ilegalmente por el gobierno, en un terreno que compró el jovencito Damián Mendoza, cuando le dieron chance de ponerse unos meses en el timón.

La sangre corre entre los panistas.

Es como la obra de Zorrilla. Al no haber más argumento, las cabezas comienzan a caer.

Y todo por una sola causa: la candidatura de Adriana, a niveles obsesivos.

Vislumbra otra oportunidad como la del cuatro de julio. No alcanza a ver que aquellos decapitados por ella en estos momentos, saldrán de sus tumbas y se convertirán en su peor pesadilla.

Ni modo. Así ve la política. Cómo recuerdo sus primeros discursos en plazas llenas de acarreados. Siempre con alusiones familiares. Siempre exhibiendo su limitado espectro.

Apoco una persona con estos defectos va a aceptar su gran culpa en la derrota electoral. Para nada. Tiene que buscar culpables. Es lo que hace. Elucubra traiciones, dispara a diestra y siniestra aprovechando la debilidad de lo que queda de su partido y la baja autoestima de quienes en su momento fueron engranes.

Es la fotografía de un PAN al servicio de una causa. Una causa que no vale la pena.