Ubú

Palabrejas, o ¡palabras putas!

Palabrejas, o ¡palabras putas!

Diciembre 03, 2020 / Por Ismael Ledesma Mateos

Palabrejas, o ¡palabras putas!

Con todo respeto y admiración a las mujeres que llaman “putas”. Pero cuando escucho a Pink Floyd, esto me viene a la mente:

“Ooh, I need a dirty woman
Ooh, I need a dirty girl
Will some woman in this desert land
Make me feel like a real man?
Take this rock and roll refugee
Ooh, baby set me free
Ooh, I need a dirty woman
Ooh, I need a dirty girl
Ooh, I need a dirty woman
Ooh, I need a dirty girl”

En esta canción de Pink Floyd nos encontramos con un texto poético que da cuenta de la degradación de la mujer que asume la prostitución como forma de vida. Es así el caso del personaje femenino de Víctor Hugo en Los Miserables: Fantine, la madre de Cosette, la que Jean Valjean protegerá en todo momento, enamorándose luego de ella, la hija de Fantine, a la que asume como su propia hija. Yo tuve la fortuna de tomar dos semestres de lectura de Les Miserables —un tomo por semestre en el IFAL en México, con mi maestro Arturo Gómez-Lamadrid—, una experiencia extraordinaria que me permitió entender muchas cosas, entre ellas el aspecto humano de la prostitución en su contexto psicosocioantropológico y su relación con la desigualdad social y la lucha de clases. Entonces, cuando hablo de la palabra “putas”, no quiero ser ofensivo con las mujeres que se dedican a la prostitución, que es algo fundamental para las sociedades y con un gran valor social y cultural; me refiero al mal uso de algunas palabras, que es algo repugnante.

En el ámbito de la historia de la ciencia a la que me dedico, y de la que como y vivo, el término “Paradigma” tiene una connotación clara. Fue formulado por Thomas S. Kuhn en su obra extraordinaria La Estructura de las Revoluciones Científicas, donde nos deja entender que se trata de “un concepto, un conjunto de conceptos o una teoría que le dan validez y unidad a una disciplina científica en un momento histórico determinado”. Sin embargo, hasta en programas de televisión deportivos —yo odio los deportes, pero a veces los veo en la calle— aparece algún comentarista diciendo que alguien que metió un gol ha “roto un paradigma”. Algo similar ocurre con comentaristas políticos, comentócratas y opinócratas ignorantes y tergiversadores de la información.

Es repugnante para mí, que desde joven he trabajado acerca de la Teoría de la Ciencia de T.S. Kuhn, que se utilice de esa manera obscena el término Paradigma. Cuando era Director de la Escuela de Biología de la UAP, mi Secretario Administrativo —que era realmente mediocre y que incluso finalmente me traicionó—, me dijo muy emocionado que, en una plática de esa gente estúpida que habla de cosas empresariales, alguien les explicó lo que era un “paradigma” y yo dije, ¡qué barbaridad! Pero los invito a rastrear los medios y ver cuántas estupideces se dicen con esa palabra, convertida ya en una palabreja.

Y la otra palabra que me motivó a escribir este texto es la de “Positivismo”. De nueva cuenta, he escuchado en televisión y radio referencias a ese término, donde lo asocian a la estúpida palabra de “ser positivo”, en el sentido de optimismo —una actitud típica de los débiles mentales—, sin tener idea de que se trata de una filosofía surgida en el siglo XIX, en Francia, a partir de la obra de Auguste Comte, y que llega a América con gran fuerza, al grado que al restaurarse la República con Benito Juárez, fue la base teórica para la creación del proyecto más importante del momento: la fundación de la Escuela Nacional Preparatoria, propuesta e impulsada por Gabino Barreda, que en París conoció la filosofía positivista de Comte.

Y luego, ya con el gobierno de Porfirio Díaz, el positivismo fue la filosofía imperante, pero con otra perspectiva, la de Herbert Spencer, introducida por Justo Sierra, el “intelectual orgánico” de Díaz. La de Spencer es una visión que, además del cientificismo del positivismo comtiano, incorporó elementos de la teoría darwiniana de la evolución, que —en una mala interpretación, que dio lugar a una concepción errónea llamada “darwinismo social”— se pretendió utilizar como una justificación de la desigualdad social. Esto ocurrió no solo en México, sino también en otros países, y de inmediato me viene a la mente el recuerdo de una extraordinaria película: Pieza inconclusa para piano mecánico —de Nikita Mijalkov (1977) y realizada en la Unión Soviética con base en una novela de Antón Chéjov—, donde en una escena extraordinaria a la hora de tomar el cognac luego de la comida, uno de los asistentes diserta sobre el darwinismo social para justificar la desigualdad.

Pero bueno, esa visión distorsionada del darwinismo fue asociada al positivismo spenceriano que imperó en el México porfirista, pero que nada tiene que ver con las ideas estúpidas de la “positividad” o “ser positivos”, que escuchamos o vemos cotidianamente en la radio y la televisión. Esos ejemplos de ignorancia me dan unas náuseas atroces. Pero como decía Isaac Asimov en su novela Los propios dioses, “contra la estupidez los propios dioses luchan en vano”, aunque en la parte final escribe “¿luchan en vano?”, lo cual abre la perspectiva de la esperanza, que está en el fondo de la caja de Pandora.

En el reino del Padre Ubú, para su fortuna, estas cosas no se decían ni se pensaban. Como dirían lo próceres de la ignorancia, como el expresidente Fox, la gente no debe leer. Eso es malo, y sobre todo no debe pensar. Lo bueno es que no todo mundo es así.

¡Vamos a interrumpir aquí!

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Ismael Ledesma Mateos

Biólogo (UNAM), Maestro en Ciencias en Bioquímica (CINVESTAV), Doctor en Ciencias (UNAM), Premio a la mejor tesis doctoral en ciencias sociales en el área de historia por la Academia Mexicana de Ciencias (1999), Postdoctorado en el Centro de Sociología de la Innovación de la Escuela Nacional Superior de Minas de París, Francia. Director fundador de la Escuela de Biología de la UAP, Presidente de la Sociedad Mexicana de Historia de la Ciencia y de la Tecnología A.C (SMHCT) (2008-2014), profesor-investigador de la FES Iztacala de la UNAM.

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