Káos

El odio a las mujeres

El odio a las mujeres

Diciembre 03, 2020 / Por Antonio Bello Quiroz

Vuestras mujeres callen en las congregaciones, porque no les es permitido hablar…

Corintios 14: 34



El 25 de noviembre se conmemora el día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Esto nos motiva a la reflexión en torno a la violencia que históricamente se ha ejercido contra las mujeres, y desde ahí preguntarse, más allá de reconocer que se trata de una cuestión estructural, ¿qué motiva el odio contra las mujeres?

El odio a las mujeres es ancestral. La historia de la humanidad bien puede trazarse a partir del lugar (o no-lugar) que las mujeres han tenido en las diversas épocas. En la historia de la sexualidad una constante se revela: nunca se ha sabido qué hacer con el horror que la condición femenina genera y que hoy, como en otros tiempos, se expresa en la violencia contra ellas y la expresión mayor del odio que se manifiesta en los feminicidios.

Hesíodo, en su Teogonía, narra el mítico y ejemplar castigo que Zeús impone a los hombres a partir de que Prometeo les entregó el brillo del fuego: “y al punto, a cambio del fuego, preparó un mal para los hombres”, manda a hacer a una mujer modelada de la tierra, con apariencia de doncella, de ojos glaucos y vestida con un adornado velo: “[…] y un estupor se apoderó de los inmortales dioses y hombres mortales cuando vieron el espinoso engaño, irresistible para los hombres. Pues de ella desciende la estirpe de las féminas mujeres. Gran calamidad para los mortales, con los varones conviven sin conformarse con la funesta penuria, sino con la saciedad”.

Muchos son los referentes del temor y odio que las mujeres han generado a los hombres (y a las mismas mujeres) de todos los tiempos. Encontramos en el libro Una breve historia de la misoginia, de Anna Caballé, que un filósofo francés llamado André Glucksmann decía que el odio más largo de la historia, más planetario incluso que el odio a los judíos, es el odio a las mujeres.

Contrario a lo que se piensa, la misoginia no es un asunto de falta de educación o escasa cultura. Por ejemplo, Alfonso X, llamado el sabio, escribía de las mujeres: “confundimiento del hombre, bestia que nunca se harta, peligro que no guarda medida”. Tampoco es cuestión de género, lo mismo se da en hombres que en mujeres. Como un ejemplo podemos leer que la escritora española Almudena Grandes escribe: “entre las escritoras de mi edad hay muchas que son unas petardas, que van llorando por ahí, convertidas en unas pobres chicas tiernas a las que los críticos quieren tocar el culo y se sienten acosadas sexualmente, y reclaman apoyo por ser chicas”.

La convivencia entre hombres y mujeres ha sido desde siempre complicada. El orden patriarcal les ha dado a las mujeres un lugar centrado en la maternidad y, de esa manera, su discurso, la singularidad de su discurso, su deseo, no es escuchado; muy por el contrario, ha sido silenciado, segregado, violentado. Aunque no les resulta exclusivo, como ya dijimos, los hombres desde siempre han mostrado su desprecio por las mujeres, mejor aún, por la palabra de las mujeres. Los hombres no escuchan a las mujeres, éste es el fundamento de la misoginia o el odio a las mujeres.

Las relaciones de dominio masculino se dan a partir de un rechazo a la palabra femenina.

Así entonces, el problema no es la misoginia que ha existido desde siempre, quizá el odio a lo femenino, en tanto que está cerca de lo real, no pueda eliminarse. Sin embargo ahí no radica el problema. Lo realmente grave es la negación o invisibilización de esta condición estructural de violencia. Si se oculta no se puede hacer nada. En este sentido, la acción propositiva iniciaría con reconocer que lo femenino nos afecta, y nos afecta a todos, hombres y mujeres.

Pero, ¿qué es lo que no se escucha en las mujeres?, ¿Qué es lo que produce tanto horror, violencia y rechazo a las mujeres? Quizá sea justamente que en el centro mismo de la constitución psíquica de la mujer se encuentra Nada. Lo indecible, lo que la acerca a Dios, y al Diablo, a lo real. Quizá por ello la tendencia a adornar el cuerpo femenino, a cubrirlo de afeites para velar esa nada que lo habita y constituye. Un cuerpo sin centro, un discurso sin sentido, eso es una mujer. La mujer representa la alteridad a todo discurso dominante. La mujer es un síntoma para un hombre, como dice Lacan. Y eso es justamente lo que se vive con recelo, no se sabe qué con ellas: ¡gozan demasiado!

Es justamente esta condición de gozante sin límites, sin tiempo ni localización corporal de su goce, lo que no se soporta.

Esta condición gozante en la mujer, insisto, no es nueva, ocurre desde tiempos inmemoriales, tal y como lo revela Ovidio Nason en Las metamorfosis. Ahí nos cuenta que Júpiter y Juno discutían con respecto a quiénes reciben más placer en el acto carnal, es decir, quién goza más, si las hembras o los varones (en el fondo, es lo mismo que se discute en la pareja, ¿quién da más?, quién ama más?, ¿quién goza más?). Júpiter opinaba que eran las mujeres quienes más gozaban. Cómo no se ponían de acuerdo, deciden acudir al sabio Tiresias, que había gustado del amor bajo los dos sexos. El mito cuenta que Tiresias encuentra en el camino a dos serpientes enroscadas copulando. Con su bastón las separa y en castigo se convierte en mujer por siete años. Pasado ese tiempo, nuevamente en el camino se encuentra a otras dos serpientes. Con su bastón las separa y se convierte nuevamente en hombre. Escribe Ovidio: “este sabio juez, nombrado para dirimir la contienda, se inclinó por la opinión de Júpiter”. Juno se ve descubierta y en castigo privó a Tiresias de la vista; como no es dado ir en contra de un dios, Júpiter en compensación lo hizo adivino. Vemos a Juno, a la mujer, del lado del exceso.
Lejos estaría de decir que el psicoanálisis tiene la respuesta para la misoginia. Sin embargo, sí es posible decir que se constituye como un discurso y un espacio clínico, quizás el único en las sociedades occidentales, donde se escucha lo excluido, donde se escucha a las mujeres en su singularidad, es decir, en lo propio de su deseo inconsciente. La apuesta del psicoanálisis es justamente no ceder ante el horror a la castración que se encuentra en el origen del desprecio a las mujeres.

El psicoanálisis, al escuchar la singularidad del sufrimiento del sujeto, le abre una perspectiva diversa a la pulsión de muerte, una que posibilita, sin negarla, ir más allá de la tendencia destructiva.

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

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