Sue Prideaux
Muy poco había conseguido [Nietzsche] durante sus dos cursos en Bonn. Se había endeudado, se había acostado tarde, a su colección de enfermedades se había sumado el reumatismo en un brazo. Se había vuelto sarcástico e irritable a la vez que lamentaba el tiempo y el dinero desperdiciados en el “materialismo que apesta a cerveza” y la “afabilidad sin motivo” de la Franconia. Por fortuna, los dos profesores de filología, Jahn y Ritschl, se enzarzaron en una discusión tan vitriólica que este último dejó Bonn para enseñar en la Universidad de Leipzig. Nietzsche lo siguió.
El nuevo inicio le sentó bien. Cada mañana se levantaba a las cinco para asistir a una clase. Fundó la Sociedad Clásica, que se ajustaba más a su carácter que la fraternidad Franconia. Convirtió un café local en “una especie de Bolsa filológica” y compró un estante para guardar sus revistas y documentos. Se unió a la emergente Sociedad Filológica y escribió ponencias en latín sobre toda clase de oscuros temas clásicos, conocidos y desconocidos. “Hace poco he encontrado la prueba de por qué el Violarium de Eudocia no se remonta a Suidas sino a la fuente principal de éste, un epítome de Hesiquio de Mileto (perdido, por descontado)…”
Tenía el don de hacer que el tema más árido cobrara vida, un raro talento en el campo de la filología. Sus charlas eran muy concurridas. Era popular.
Carecía por completo de pedantería filistea, recordaba uno de sus condiscípulos: “Yo salía de sus charlas con una impresión de asombrosa precocidad y creciente seguridad en mí mismo”. Defendía a Hornero frente a Hesíodo y ponía nervioso al profesorado cuestionando la idea aceptada de que la Odisea y la Ilíada eran poesía popular escrita por varios poetas, con el argumento de que era inconcebible que una obra literaria tan espléndida no fuera obra de un individuo excepcionalmente creativo. Ritschl elogió su trabajo sobre Teognis y ganó un premio por un ensayo sobre Diógenes Laercio. Encabezó el texto con una línea de un verso de las Píticas de Píndaro que él tendría en gran aprecio toda su vida: “Llega a ser lo que eres, habiendo aprendido lo que es”.
Nietzsche estaba emprendiendo este camino para llegar a ser el que era cuando intervino el destino en la figura de la ambición territorial de Bismarck, cuya política expansionista estaba provocando una sucesión de pequeños conflictos bélicos con la intención de situar a Prusia al frente de Alemania a costa del Bund, y a Alemania, a su debido tiempo, al frente de Europa. En 1866, Prusia había librado y ganado una breve guerra contra Austria y Baviera. El ejército prusiano había invadido Sajonia, Hannover y Hesse, y proclamado que la Confederación Alemana ya no existía. Al año siguiente, 1867, estas cuestiones todavía coleaban y Nietzsche fue llamado a filas para servir como soldado en la sección montada de un regimiento de artillería de campaña estacionado en Naumburgo. Había tomado algunas lecciones de equitación, pero su experiencia con caballos no era mucha.
“Si un daimon te llevara una mañana temprano entre, pongamos, las cinco y las seis, a Naumburgo y tuviera la amabilidad de guiar tus pasos hacia mí, no te detengas en tu camino a mirar el espectáculo que se ofrece a tus sentidos. De inmediato respiras la atmósfera de un establo. A la media luz de los faroles se ciernen figuras. A tu alrededor hay sonidos de raspados, relinchos, cepillados, golpes. Y en medio de todo, con el atuendo de un mozo de cuadra, haciendo ímprobos esfuerzos para sacar con las manos desnudas algo indecible […] no hay otro que yo. Unas horas más tarde ves dos caballos galopando alrededor del prado, no sin jinetes, de los cuales uno se parece mucho a tu amigo. Va montando a su fogoso e impulsivo Balduin, y espera cabalgar como es debido algún día […] en otros momentos del día se sitúa, diligente y atento, junto a los cañones tirados por caballos y saca obuses del armón de artillería o limpia el interior del cañón con un trapo o apunta según las pulgadas y grados, y así sucesivamente. Pero, sobre todo, tiene mucho que aprender […] A veces, escondido bajo el vientre del caballo, susurro: ‘¿¡Schopenhauer, ayúdame!’”
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Fragmento de ¡Soy dinamita! Una vida de Nietzsche (Ariel, México, 2019). Título de la Redacción.
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