Antonio Bello Quiroz
Hacia el otro mundo es adonde parte el loco en su loca barquilla;
es del otro mundo de donde viene cuando desembarca.
Michel Foucault.
El ser del hombre no sólo no puede comprenderse sin la locura, sino que no sería el ser del hombre si no llevara en sí la locura como límite de su libertad.
Jacques Lacan.
La locura emerge al mundo como heredera del horror de los leprosarios y el estigma de las enfermedades venéreas, la sífilis y su filo de locura en particular. A los tres fenómenos les asimila la exclusión, el internamiento y el exilio. Para Michel Foucault, en el paisaje imaginario del Renacimiento aparece un nuevo objeto: “es la Nef des Fous, la nave de los locos, extraño barco ebrio por los ríos tranquilos de Renania”. La errancia interminable de los locos por las ciudades y los campos era lo ordinario, sin embargo, en el imaginario, el agua los lleva y además los purifica. “La navegación libra al hombre a la incertidumbre de su suerte; cada uno es entregado a su propio destino, pues cada viaje es potencialmente el último, Hacia el otro mundo es adonde parte el loco en su loca barquilla; es del otro mundo de donde viene cuando desembarca”, escribe Foucault.
Desde la literatura, en La locura que viene de las ninfas, que es el título de un magnífico ensayo de Roberto Calasso, se ubica a la locura, esa que viene de las ninfas, como un puente entre lo divino y lo humano. Las ninfas son portadoras, en su locura, de un saber que siendo humano toca lo divino.
Sigmund Freud inventa el psicoanálisis, esa disciplina que ningún ser humano medianamente informado puede ignorar, justo porque escucha la locura que hablaban sus propias ninfas, aquellas hablan mediante las dolencias y contorciones involuntarias del cuerpo, sus ninfas son las histéricas.
La locura, que es definida, desde los estoicos en adelante, por oposición a la razón, se muestra en las acciones insensatas, esas que no caben en el orden establecido de cada época. La locura ha sido opuesta a la racionalidad y, por tanto, fue dejada en el olvido, extraviada en los laberintos de la anormalidad. En los tiempos de Freud, como en los nuestros, la locura era encerrada, acallada, silenciada en los oscuros pabellones y mazmorras de los hospitales. El maestro vienés inventa el psicoanálisis porque se detiene a escuchar un tipo de locura singular, las locuras histéricas. Las histéricas que hablaban con el cuerpo de su locura sexual, que en tiempos victorianos era reprimida.
Años más tarde, siguiendo los pasos del maestro vienés, Lacan se introduce al psicoanálisis por la vía de las psicosis. Locura y psicosis se relacionan; sin embargo, no son lo mismo: toda psicosis es una locura, pero no toda locura es una psicosis. Desde el psicoanálisis sabemos que hay psicóticos que no enloquecen y locuras que no son psicóticas. Podríamos decir que la locura es una condición de la constitución psíquica, y lo mismo se presenta en las psicosis, las perversiones y en las neurosis.
La locura, y en particular la paranoia, es lo propio de lo humano, y lo es en tanto que, por ser hablantes (Lacan acuña el neologismo parlêtre, hablanteser), nos encontramos alienados en el significante, surgimos, arribamos al mundo alienados al lenguaje y sus leyes y principios.
Las locuras histéricas, las locuras que se muestran desde la neurosis, adquieren sentido de síntoma, es decir, se muestran como una formación que sostiene al sujeto que las muestra. Freud las llama neuropsicosis de defensa. Señala que “no es raro que una psicosis de defensa interrumpa episódicamente la trayectoria de una neurosis histérica o mixta”. Sabemos que Freud viaja a París para aprender de cerca con Charcot, quien trabaja arduamente en el estudio de las neurosis, en particular con la histeria. Al retornar a Viena, Freud va a ser rechazado por la academia científica, que no admite la idea de que la histeria tiene una etiología en la sexualidad.
Aunque se ha pensado históricamente que la histeria es una cuestión de mujeres, dada la conexión semántica de la histeria con el útero, que es lo que sostiene esa antigua definición hipocrática que asocia la histeria con el peregrinar del útero por el cuerpo, Freud, entusiasmado por las experiencias de aprendizaje con Charcot, nos habla de un caso de histeria masculina, donde señala que no resultan poco frecuentes; cuando se presentan los estados son más graves y sombríos, se encuentran enlazados a la desazón y la melancolía.
En la Carta 61 Freud escribe a su amigo Fliess: “las tres neurosis —histeria, neurosis de angustia y paranoia— muestran los mismos elementos (junto a idéntica etiología), a saber: fragmentos mnémicos, impulsos (derivados del recuerdo) y poetizaciones protectoras; pero la irrupción hasta la conciencia, la formación de compromiso (y por tanto de síntoma), acontece en ellas en lugares diferentes; lo que bajo una desfiguración de compromiso penetra en lo normal son, en la histeria, los recuerdos, en la neurosis obsesiva, los impulsos perversos, en la paranoia, las poetizaciones protectoras (fantasías)”.
Jacques Lacan, quien, como ya anotamos, ingresa al psicoanálisis por la vía de la psicosis, no concibe el ser del hombre sin la locura. Escribe en 1957: “El ser del hombre no sólo no puede comprenderse sin la locura, sino que no sería el ser del hombre si no llevara en sí la locura como límite de su libertad.”
Las locuras histéricas tienen su historia. Durante el siglo XVII se incluye a la histeria como una enfermedad capaz de suscitar trastornos del espíritu. Las complicaciones nosográficas y de clasificación que presentan las locuras histéricas son debidas a la plasticidad de su sintomatología. El diagnóstico se ha sostenido en ciertos criterios: predisposición hereditaria, que presenta lo que se llamaba “globus histéricus”, accesos convulsivos, parálisis, anestesias focalizadas y sin referencia orgánica. Podemos leer la presentación que Freud hace de sus histéricas en su Estudios sobre la histeria para poder apreciar la riqueza de síntomas que presentan. Se les consideró por mucho tiempo como fingidoras, dado que sus síntomas no presentan relación orgánica lógica. Sus capacidades imitativas las podrían llevar a la locura. Por ello eran relegadas en los pabellones psiquiátricos, sin atención médica. Desde el siglo XIX se conocen descripciones de los psiquiatras que registran episodios delirantes en las histéricas. ¿Están locas o fingen estarlo? Ésta es la cuestión que se debatía. Se ha descrito la locura histérica como una complicación de las histerias ordinarias.
En un extraordinario libro sobre las locuras histéricas, Jean-Claude Maleval señala que la desaparición de la locura histérica hace técnicamente inaprehensible la dicotomía neurosis-psicosis. En la actualidad la histeria ha sido sacada de los manuales de psiquiatría, aunque mejor dicho, ha quedado englobada —silenciada— en las esquizofrenias o metidas en ese barril sin fondo en que se han convertido las depresiones.
Si la psiquiatría ha abandonado a las locuras histéricas, las ha medicado y silenciado, en la literatura siempre han tenido un lugar. Desde el siglo XVI la locura tomó protagonismo en el arte, lo mismo en el teatro que en la literatura, o la pintura o la poesía.
El loco aparece en el arte y lo hace no en cualquier sentido, sino como protagonista en tanto que con frecuencia es el poseedor de la verdad. Tiene accesos a sitios donde la racionalidad no puede acceder. Sabemos que no es loco quien desee serlo. Esto es relevante: si la locura ha sido definida en oposición a la razón, en el arte la verdad no está vinculada a la razón sino a la locura. Grandes obras gestadas en el Renacimiento reivindican el tema de la locura: Erasmo de Rotterdam, que hace de la locura un elogio; o sin duda la locura de Don Quijote, en Cervantes; incluso el Hamlet de Shakespeare. Ante esta evidencia, Michel Foucault, quien hace la Historia de la locura en la época clásica, señala que “mientras el hombre razonable no percibe sino figuras fragmentarias, el loco abarca todo en una esfera intacta: esa bola de cristal que para todos está vacía, a sus ojos está llena de un espeso e invisible saber”.
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