Mariela Arrazola Bonilla
La artista regiomontana Marcela Quiroga es un caso atípico de artista-académica con estudios doctorales, y es que en nuestro país pocos son los artistas que optan por producir desde la vía universitaria, que por cierto demanda hoy día una práctica artística con rigor científico. Muchos menos son los artistas que publican y reflexionan sobre su práctica artística. Es por ello que vale la pena voltear a ver su más reciente publicación: ¿Cuál realidad?
Primero, hay que entender la línea de trabajo artístico que sigue Marcela, y para ello hay que remitirnos a algunas nociones de teoría del arte. Siguiendo la bien conocida tesis de Rosalind Krauss (1979), el arte es un campo expandido; esto es, la práctica artística desde la segunda mitad del siglo XX se ha caracterizado por desmarcarse de las formas, materiales, los temas y las obras de arte tradicionales. Las categorías modernas que permitían evaluar la calidad y pureza de la obra y que guardaban estrecha relación con el medio, el estilo y la técnica poco o nada sirven para dar cuenta de las prácticas artísticas contemporáneas.
Fue Krauss, precisamente, quien edificó uno de los primeros discursos que permiten brindar un marco referencial para someter a escrutinio tales prácticas. En este tenor, Harriet Hawkins (2013) retoma las aportaciones de Krauss para discutir la interconexión entre el arte y la geografía, campos disciplinares que desde finales del siglo XX se han intersectado continuamente dando lugar a una serie de geografías creativas (creative geographies), según el apelativo de Hawkins, y que no son extrañas a experiencias bien conocidas como la estética relacional (Bourriaud, 2002) y cuya característica radica en que constituyen prácticas artísticas que se involucran con problemáticas sociales, sujetos reales en espacios concretos.
El proyecto ¿Cuál realidad? de la artista y académica Marcela Quiroga Garza debe ser entendido como una de esas prácticas artísticas donde el trabajo del creador se expande más allá de las fronteras de las artes tradicionales. Su proceso artístico comienza entonces con el reconocimiento de la necesidad de apropiarse de las metodologías de disciplinas como la etnografía, la antropología y la geografía para adquirir las herramientas académicas que le permitan realizar una investigación que, si bien artística, no está exenta de aportar validez científica. Es decir, no se trata de jugar al etnógrafo.
Las prácticas artísticas sociales que buscan construir sentido sobre lugares particulares y las personas que los habitan requieren rigor científico por parte del creador. Así lo auguraba Sjöholm (2014) al redefinir el concepto de taller del artista “The meaning of the word studio reflects the idea of contemporary artists as scholars…”* Sin el rigor académico, el trabajo del artista se reduce a meras vivencias personales, que si bien valiosas, carecerían de la confianza y validez científica que permiten argumentar sobre los mismos alcances de sus hallazgos.
De tal suerte, en ¿Cuál realidad? Marcela Quiroga realiza un proceso creativo que consta de dos etapas: el trabajo de campo y el proceso de estudio o taller. Ambos se pueden apreciar implícitamente por medio de la documentación que presenta la artista.
Durante la primera etapa (trabajo de campo) la artista realiza tres tareas fundamentales: investigar, explorar e intervenir el lugar, en este caso, los puntos fronterizos de Chiapas, Tabasco y Quintana Roo que colindan con los países de Guatemala y Belice. Es decir, la artista abandona el taller para adentrarse en una experiencia nómada de producción artística. Llega a los lugares y explora utilizando su propio cuerpo, al que prolonga por medio de extensiones tecnológicas como cámaras de video y fotográficas. Una vez que ha mapeado una serie de prácticas cotidianas que las personas llevan a cabo en esos lugares, realiza intervenciones artísticas y las documenta posteriormente con ayuda de un diario de campo.
En una segunda etapa, que podemos llamar proceso de estudio, la artista regresa al taller y ahí reordena el material documental, lo categoriza, lo archiva y finalmente decide qué mostrará, es decir, selecciona aquellos materiales que le permiten construir sentido sobre las experiencias vividas para luego transmitirlas al público. En este caso, además de la exposición y la presente publicación, la artista integra una página web donde uno puede consultar los mapas, los diarios de campos, las fotografías y los videos, por lo que esos materiales, al ser digitalizados, quedan también a disponibilidad del público de manera permanente: http://cualrealidad.org/
Es por medio de estos dos procesos, el trabajo de campo y el proceso de estudio, que Quiroga nos muestra las formas de cooperación entre las personas que ocurren en los lugares fronterizos y aborda, en particular, estos espacios porque sobre ellos se imponen discursos sobre el yo y el otro, sobre las oposiciones nacionales de las cuales surgen categorizaciones generales que impiden comprender a fondo cómo los seres humanos se las ingenian para interactuar con los demás para lograr sus objetivos.
Incluso, estos pasos coinciden con otros métodos encontrados en investigaciones académicas sobre las geografías creativas, como el realizado por Hawkin (2013) y, además, reiteran el papel que juega el taller del artista como archivo documental (Sjöholn, 2014). En todo caso no se puede olvidar que estas prácticas están en pleno desarrollo, igual que su conceptualización, y seguramente se irán perfeccionando y redefiniendo.
La relevancia de esta publicación es múltiple. Primero, porque a través del trabajo de Quiroga se sientan bases teóricas que pueden enriquecer las prácticas artísticas sociales, o geografías creativas, al poseer un manejo conceptual que muestra su vigencia y relevancia dentro de varias corrientes del pensamiento contemporáneo que la artista delimita puntualmente. Esta reflexión la encontramos en el primer apartado, Prácticas artísticas.
Además, la sistematización de un proceso creativo, que se ha descrito antes, demanda fortaleza metodológica en disciplinas para las cuales rara vez se forma a los artistas en las universidades. En el capítulo Experiencia como metodología la artista detalla y documenta los pasos que siguió durante el proceso. A esto le sigue una aclaración oportuna del papel que asume el artista en El creador como investigador, mismo que requiere de una serie de herramientas de trabajo que, al ser poco usuales en las artes convencionales, se revisa de manera puntual en Herramientas como extensiones. Estos tres apartados constituyen por sí mismos un buen marco referencial para futuras exploraciones en este tipo de prácticas.
Posteriormente se presenta uno de los núcleos de la investigación, que es el lugar de estudio e intervención: la Frontera. A partir de ese punto se despliega el potencial sentido que encierra este tipo de creación artística materializada en forma de seis visiones de la frontera presentadas por medio de piezas y documentación de campo. Son de destacar los diarios de campo cuya riqueza histórica y biográfica confirma el carácter etnográfico y cualitativo del proyecto de investigación, que a su vez establece la contingencia de la misma. De hecho, la riqueza de contenidos que presenta sobre el tema también puede ser aprovechada por otras disciplinas y no sólo quedarse dentro del mundo del arte.
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* “El significado de la palabra taller de artista refleja la idea del artista contemporáneo como un académico.”
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