Gabriela Quintana Ayala
Los tiempos modernos se caracterizan por la falta de control individual o libertades mal entendidas. Esto es un concepto en el que se ha identificado el ser humano desde que aprendió a hacer fuego y la agricultura, determinantes que han pasado a un control colectivo encabezado por muy pocas personas en proporción cuantitativa a la población y que así se ha dado en la época antigua, en la clásica y en el Renacimiento, por citar ejemplos.
Los auténticos líderes se preocupaban por el bienestar y grandeza de su pueblo, pero los jefes en todo lo contrario: sólo ven el beneficio propio y de sus más cercanos. Líderes, reyes, que se han sentido así por heroísmo o por derecho divino, aunque nunca se ha comprobado este último axioma.
Cada pueblo desarrolló sus leyes de acuerdo a su sentido de vida, de su identidad y sus metas. No obstante, había la conciencia del tiempo, que lo mejor y perdurable se construye a largo plazo, que toma al menos una generación. Hoy el ser humano carece de sentido de vida y metas a largo plazo; se opta por lo inmediato cuando justamente la esperanza de vida es mayor que antaño. Un dato contradictorio. Esto ha sido evidente por la gran cantidad de libros de autoayuda, coaches de vida, terapias y estilos de vida New Age.
Es un hecho que la sociedad ha ido cambiando a la par del olvido de los valores universales. Tiempo atrás se generaban compromisos que se cumplían con el honor y la palabra empeñada a temprana edad. Antes el envejecimiento físico daba seriedad, seguridad, certeza, ya que representaba maduración, compromiso, adultez; ahora es visto como signo de caducidad ante los cambios tan vertiginosos de la época moderna y el concepto filosófico-estético. Ahora es fácil romper acuerdos no sólo de un día para otro, sino de la mañana a la noche por cualquier medio de comunicación, como por ejemplo el que han elegido para gobernar los líderes de naciones, vía twitter, un caso sin precedentes protagonizado por el presidente Donald Trump.
Esta falta de compromiso se ha visto justificada como derecho de expresión y libertad, cuando en realidad se trata de una exaltación de la inmadurez.
Los gobiernos, las compañías y los pocos que dirigen el mundo han visto este fenómeno. Los medios de comunicación han promovido en gran parte esta infantilización de la sociedad: la juventud no vista como una etapa transitoria sino como una elección de vida, extendida hasta donde sea posible. Muchos juguetes que estaban destinados al público infantil o bien a los adolescentes, como los videojuegos, ahora forman parte del entretenimiento de adultos. Los especialistas en mercadotecnia y la Society for Adolescent Medicine han formado el término Kidult (de kid, chico, y adult de adulto) o adultescents para este tipo de comportamientos en un gran sector de la sociedad. Para las compañías representa un aumento en su nicho de mercado; para la sociedad, muestra personas que huyen de sus responsabilidades y compromisos, que viven con sus padres hasta pasados los 30 años. En Japón los llaman Parasite single (parasaito shinguru): es una persona soltera que vive con sus padres más allá de los 20 o 30 años para disfrutar de una vida más despreocupada y cómoda.
“El adulto contemporáneo sigue una especie de inmadurez reflexiva, un escape consciente de las responsabilidades de un modelo anacrónico de vida. Si permanece un ideal de madurez, no encuentra compensaciones de comportamiento en una sociedad donde las actitudes infantiles y los modelos de vida de los adolescentes son constantemente promovidos por los medios y tolerados por las instituciones”, dice Jacopo Bernardini de la Universidad de Perugia, Italia (2014).
¿Cuándo termina la infancia y adolescencia, para dar paso a la adultez en estos tiempos? Según la Society for Adolescent Medicine el periodo intermedio se prolongaría ahora desde los diez a los 26 años. Quien no construye su nido o su vida de manera satisfactoria, invariablemente regresa al nido que construyeron los padres de manera directa o indirecta. Esto también alude al síndrome de Peter Pan que se maneja en psicología. Una falta de crecimiento laboral, personal o emocional. Los medios de entretenimiento como la televisión, generan kidults, donde se les da todo digerido sin opción a reflexionar tanto como se adoctrina a los niños, en una edad en la que las redes neuronales del cerebro no están totalmente desarrolladas ni completadas. El adoctrinamiento religioso precisamente se imparte en la infancia para evitar cuestionamientos que, para un adulto libre de dogmas, podrían ser esquemas contradictorios o incongruentes. Pero una vez insertada una ideología es casi imposible cambiarla.
Me pregunto si el kidult o adultescent ha sido generado por el capitalismo voraz, es un resultado social de hedonismo o bien sólo un medio de infantilización para control de masas.
A los gobiernos les conviene mantener una población poco reactiva, poco informada y fácilmente controlada. Crean derechos ciudadanos tan complejos que puedan ser contradictorios de manera que nadie se salga del corral, como bien dijo George Orwell en su célebre libro: Animal Farm. La pérdida de identidad por una globalización de valores permite insertar un comercio uniforme de necesidades estandarizadas para el beneficio de los consorcios y grandes capitalistas en forma de trasnacionales. La tendencia de los gobiernos es de un capitalismo burgués a un capitalismo de Estado con la bandera del nacionalsocialismo en el cual esa burguesía trasnacional lucha contra las fuerzas de los valores históricos de los pueblos que conforman los países. A ambos actores les beneficia la anulación del pensamiento crítico por cualquier canal, ya sea mediático, radiofónico o valiéndose de la continua bomba de noticias por internet. La confusión de derecho de expresión se incrementa con el hostigamiento por el exceso de juicios emitidos, en la mayoría de los casos, sin ningún sustento o evidencia de hechos. Condenamos más fácilmente que en cualquier otra época de la historia por esa falta de madurez que ha generado una sociedad más fragmentada y aislada que sólo busca el placer individual.
El planeta nos exige ahora más que nunca que accionemos y nos responsabilicemos cada uno, con esa madurez reflexiva que se ha ido desvaneciendo, hacia un bienestar colectivo por encima del individual.
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