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05 Pintura de Ohusai.
Palimsesto 0

El poema de Okusai

· noviembre 29, 2019

José Juan Tablada

 

A Alfonso Cravioto

 

Desde el Dios hasta el samurai,

desde el águila hasta el bambú,

todo lo dibujó Okusai

en la “Mangua” y en el “Guafú”.

Y la planta y el animal

ahora viven sobre el papel,

con el astro y el mineral,

por la gloria de su pincel.

Las antenas de los insectos,

la nube, la ola, la llama,

y los increíbles aspectos

de la cumbre del Fuzi Yama;

y los puentes y las cascadas

junto al templo en el bosque hundido,

y el encanto de las posadas

a lo largo del Tokaído.

¡Desde el astro hasta el caracol,

de la perla al sapo de lodo,

Okusai lo dibujó todo,

desde las larvas hasta el Sol!

Padre Río, dios nemoroso,

en tus álbumes la Natura

truena con verbo caudaloso,

con selvática voz murmura;

agrieta el nocturno pavor,

pone en tu mano la centella,

recoge tu alma en una flor

y la dispersa en una estrella…

Y la diafaniza en un lago,

la riega en átomos de luz,

desvaneciéndola en un vago

crepúsculo, tras un saúz.

Y la sienta en la flor de loto

como a Budha. ¡Su potestad

la sacude en el terremoto

y la inflama en la tempestad!

La Kábala tan sólo explica

las artes mágicas del brujo

“Campesino de Katsuchika”,

del “viejo loco de dibujo”.

Ella, la que el pavor encomia,

en grimorio sutil discierna,

como incuba una faz de momia

el incendio de una linterna.

Como un lémur sus tegumentos

traba al hueso de la quijada

en los tétricos aspavientos

de una larva desencajada…

Por cuál arte de Belcebú

de los limbos traída fue

el alma en pena de Okikú

o el espectro de Kasané…

Si del bonzo ante el exorcismo

(pretenden crónicas inciertas)

que retornaron al abismo

las dos pobres mujeres muertas,

¿por qué sobre el brocal del pozo

dilacerada, hosca y fluida,

flota exhalando su sollozo

Okikú, la infeliz suicida?…

A tu arte diabólico culpo,

“Guakiojin”, si aún abre y dilata

su rictus y su ojo de pulpo

Kasané en su máscara chata…

Que al mirar por primera vez

esas trágicas maravillas

me oprimió con su pesadez

el sapo de las pesadillas…

Y en inmóvil pavor deshecho

en la sombra me liberté

sólo al clamar desde mi lecho

“¡Bakú, Bakú, Kuraeé!”…

Shirokinakatsukamí

llegó, dócil a mis empeños,

y, ¡oh brujo!, me libró de ti

devorando mis malos sueños…

¡De entonces, héroe de Nagoya,

abro tu álbum espectral

como esa figura de Goya

que alza una lápida tumbal!…

Mejor halago mi ansia plástica

en la obra que firmaste al fin

de tu gran vida, ¡oh Manrojín!,

con los cien siglos de la esvástica…

Cuando según el dicho tierno

de tu siempre irónico tono:

te llamaba el dios del infierno

para pintarle un kakemono.

Cuando ya eras un bodhisava

y logró tu pincel prolífico

que viviera cuanto trazaba,

una imagen o un jeroglífico…

Eras como un viejo dragón

con escamas de sabiduría,

con sendas garras de león

sobre la noche y sobre el día;

como un brahamánico elefante,

rugoso en su gloria senil,

que al enigma embistió triunfante

con sus colmillos de marfil…;

una cigüeña calva y cana

por las centurias peregrina,

huésped de la Muralla China

y la Torre de Porcelana!

vieja tortuga que por ley

de los siglos, llevara al fin

en su carapacho un jardín

como una isla de carey…

Cuando en tu casa de Asakusa,

fin de tu vida itinerante

dejaste decir a tu Musa

al llegar el postrer instante:

“¡Oh Libertad, tan deseada,

cuando en los campos del estío

flotando al fin a su albedrío

vaga el alma desencarnada”…

Como un pino lleno de nieve

desvanecido en el sutil

fulgor lunar que su luz llueve,

vio a Okusai, el año mil

ochocientos cuarenta y nueve…

Y la tumba dice su historia

bajo un bosque de Hiroshigué,

aquí yace el que en vida fue

“el de la pintoresca gloria,

el Caballero de la Fe…”

Kami Okusai, un culto intenso

rindo a tu alma, como a un dios,

y le ofrezco varas de incienso,

jugosas frutas, blanco arroz.

Cuando el sahumerio ardiente sube

exaltando mi devoción,

y contemplo la vaga nube

trasmutándose en un dragón,

¡cómo sigo su lento vuelo

que abandona la estancia mía,

y une a la tierra con el cielo

y se integra a la láctea vía!

¡Fluye una cascada en su calma,

y por ella en heroico salto,

carpa de oro, surge tu alma

y se remonta hacia lo alto!

¡La vía láctea sus alabastros

tiende en dócil lluvia de oro,

y tú subes hasta los astros

con el vuelo de un meteoro…!

Desde el Dios hasta el samurai,

desde el águila hasta el bambú,

todo lo dibujó Okusai

en la “Mangua” y en el “Guafú”.

Okusai lo dibujó todo…

¡Oh Poetas, seguid sus huellas

de la tierra en el triste lodo

y en los ampos de las estrellas!

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