Antonio Bello Quiroz
ese lugar del Otro no debe ser tomado
en otra parte que en el cuerpo… Jacques Lacan
El psicoanálisis es un asunto que no se puede separar de Sigmund Freud, su inventor. Se trata esencialmente de un discurso inédito. Un discurso que revoluciona (subvierte) toda concepción anterior de la condición humana. No se trata en absoluto de un sistema filosófico de pensamiento (no es un existencialismo, ni un humanismo, tampoco un nihilismo, no se trata una heurística o fenomenología). Ante todo, no se puede confundir con una religión, todos los esfuerzos del maestro vienés tenían como finalidad evitar tal confusión. Se trata de un discurso que su inventor pretendió siempre con orientación científica. Desde 1895 hasta 1936 Freud no dejó de pensar en términos de química y física, habla de reacciones y de vectores a lo largo de toda su obra. Se trata de una ciencia, sí, pero no cualquiera, es una ciencia de lo singular. Su tarea epistémica primera consiste en deslindarse y definirse a sí misma. En este sentido, puede entenderse que se proponga como una ética. Quizá sea condición de discurso inédito, con su propio objeto de investigación y su propio método de estudio, donde radica su dificultad y al mismo tiempo su fascinación. Debe, en su singularidad, inventar su propio andamiaje teórico para intentar cumplir la imposible tarea de su transmisión.
El psicoanalista francés Jacques Lacan reinventa el psicoanálisis a partir de incorporar a la lectura de Freud otros saberes: Saussure y su lingüística estructural, Lévi-Strauss y su antropología, la fascinación de Heidegger por el ser y el lenguaje, los surrealistas, los poetas, los pintores y lo más granado de la intelectualidad en la segunda mitad del siglo XX fueron el fondo de escenografía intelectual desde donde emprendió su “retorno a Freud”.
En este retorno, Lacan tiene que proponer nuevos conceptos y reformular lo planteado por Freud. En 1955 se ve obligado en trazar una distinción entre el otro con minúscula (el pequeño otro), utilizado para referirse a la otra persona, al prójimo, al reflejo del yo, y el Otro con mayúscula (el gran Otro), utilizando para signarlo la letra A, correspondiente a la inicial de Autre (Otro en francés). Hay que partir para establecer esta distinción de que el niño constituye su yo en una dimensión de desconocimiento mediante un mecanismo de identificación con la imagen del otro. Se trata de una identificación imaginaria, fuente primaria de agresividad y de amor, donde la alteridad con el otro se borra haciendo semejanza. Hay sin embargo una alteridad que no se borra, un Otro que no es un semejante en tanto que se trata de un orden exterior y anterior en el que el sujeto está capturado.
¿Qué ese gran Otro? Se puede fechar su introducción en la teoría lacaniana en mayo de 1955. Quizá se trata del concepto más complejo en la obra de Lacan. Lo señala como “el gran secreto del psicoanálisis”. El psicoanalista en diversos momentos considera esencial tener claridad en esta distinción entre el Otro con mayúscula y el otro con minúscula en todo aquel que se acerque a la obra de Freud y la suya. Este concepto del Gran Otro (signado como A, de Autre) merece un especial detenimiento dado que permite pensar con otras profundidades la condición humana y la cultura. Incluso aunque no se haga estrictamente desde el psicoanálisis.
El gran Otro es utilizado para designar la alteridad radical, imposible de ser asimilable o reductible por la vía de la identificación. El Otro es equiparable, en principio, al lenguaje y a la ley, por lo que se encuentra inscrito en el orden de lo simbólico. El Otro, enseña Lacan, debe ser considerado como un lugar o una localidad: el lugar de la palabra. Considerar al Otro como un lugar posibilita distanciarse de cualquier concepción onto-teológica o existencial del otro (como prójimo). Así, y esto es radical para asimilar el pensamiento psicoanalítico, la palabra no se origina en el yo, ni siquiera en el sujeto, sino que está más allá de cualquier control consciente en tanto que se constituye en el Otro. Por esto, escribe, “el inconsciente es el discurso del Otro”. El Otro es lo que “ya está ahí”, y nos resulta inaccesible.
Pero el Otro es también “el Otro sexo”. El otro sexo es siempre la mujer, lo mismo para el sujeto masculino como para el femenino. El Otro sexo es el portador de un enigma, el que no es fálico, y representa lo indecible del sexo.
Slavoj Žižek nos dibuja al Otro como “un extraño sujeto que no es simplemente otro ser humano, sino un Tercero; un sujeto que se ubica por encima de la interacción de los individuos reales”. Y es en esta condición de terceridad donde radica el carácter de enigma aterrador del Otro que se sentencia con la interrogante “¿qué es lo que quiere de nosotros este sujeto impenetrable”. Sabemos que Lacan toma del relato El diablo enamorado de Jacques Cazotte la fórmula Che vuoi? (¿Qué quiere el Otro de mí?) como lo que viene a resumir la tensión existencial del sujeto. Lo inefable de la demanda del Otro es fuente de angustia.
El Otro también llega a ser identificado con el cuerpo. El cuerpo en tanto que nos resulta reconocido pero al mismo tiempo desconocido, siempre portador de una imposibilidad de sostener cualquier identidad de sí mismo. El cuerpo como ajeno a toda mismidad. El cuerpo es lo más propio, lo más entrañable del sujeto, es la posibilidad material de su reconocimiento. El cuerpo es la materialidad de la propia imagen. Sin embargo, es también lo más desconocido: no hay forma posible de percibirlo en su totalidad. La anorexia es un vivo ejemplo de este desconocimiento de la propia imagen. Por tanto, hacerse de un cuerpo, tener una imagen del propio cuerpo, requiere la intervención del Otro. El Otro está ahí en tanto que Otro absoluto, tal y como lo escribe Lacan: “Absoluto, es decir que es reconocido, pero no conocido.” Así, el Otro tiene diversas figuras que comparten esta doble face de reconocimiento y desconocimiento al mismo tiempo: la cultura, la ley, el cuerpo y el Otro sexo. Lacan en 1967, durante el Seminario XIV, La lógica del fantasma, sentencia que “ese lugar del Otro no debe ser tomado en otra parte que en el cuerpo”.
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