(Ernesto Laclau, Parte III)
Cúmulo Obseso / Aarón B. López Feldman
Para analizar la conformación del “nosotros” (un eje fundamental en la comprensión de la complejidad y el devenir histórico de la especie), las ciencias sociales se han dotado de distintos conceptos que permiten, a la par, reducir y nombrar. Así, en un proceso que no es lineal, ni en términos temporales ni disciplinares, se han utilizado diversos significantes que aluden, directa o indirectamente, al nosotros: grupo, población, colectivo, identidad, pueblo, nación, multitud, comunidad…
Con la digitalización de la vida cotidiana, el uso del significante “comunidad” ha tomado fuerza, sobre todo cuando se le añade el adjetivo “virtual”. Dentro y fuera del campo académico, se utiliza la fórmula “comunidades virtuales” para nombrar, describir, comprender o explicar, desde muy diversos ámbitos de acción y de conocimiento, a múltiples “nosotros” mediados digitalmente. De este modo, a la diversidad de formas de entender lo comunitario (no es lo mismo la comunidad como entidad cerrada según la antropología clásica que la comunidad interpretativa, asida en la metáfora textual, propuesta por la antropología posmoderna, por ejemplo) se le suma la heterogeneidad y plasticidad del “nos-otros” en espacios y prácticas sociodigitales.
El problema con esa fórmula es que conduce a equiparar lo virtual con lo digital y, en muchas ocasiones, con lo no real (o lo menos real), lo falso o lo simulado. Pero lo virtual (es decir, lo que existe como potencia de sí, como horizonte de posibilidad, como anhelo) está muy lejos de reducirse a ser un simple sinónimo de lo digital. En tanto fuerza productora de sentido, la virtualización acompaña la historia de la especie (no como “esencia” de lo humano, sino como condición). Por ello, toda comunidad, más allá de que esté o no mediada digitalmente, es en sí misma virtual. La digitalización se suma a las virtualidades comunitarias, las expande, pero no las inaugura: “Toda comunidad es virtual —afirma García Masip—… desde el momento en que toda ‘comunidad’ espera que algo acontezca, o se virtualice porque algo ya aconteció y espera el retorno al origen del sentido (Idea, Salvación, Utopía)”.
Desde una posición explícitamente conflictivista (https://cutt.ly/qfTdYw4), Ernesto Laclau aborda lo comunitario enfatizando, justamente, el elemento clave del nosotros: su virtualidad en tanto totalidad ausente. Lo social no se produce a través de un conjunto de nosotros autocontenidos, de totalidades totales, sino a través de estrategias parciales (y, por ende, hegemónicas) de totalización, es decir, de virtualización del “todo” comunitario (https://n9.cl/kgc4w). No hay, por ende, un núcleo pactado de lo común, sino virtualidad comunitaria y prácticas concretas de virtualización, es decir, operaciones hegemónicas que, a pesar de su contingencia, se han materializado como si fueran apegos esenciales, eternos.
Tomando como base la propuesta teórica de Laclau, la dimensión virtual de toda comunidad puede ser abordada enfatizando lo diacrónico, lo político y lo mítico, sin reducirlo a lo digital y al continuum sincrónico online-offline. Esto permite, grosso modo, analizar la capacidad de los actores sociales de todo orden (sujetos, grupos, instituciones), para fijar los sentidos de lo comunitario a través de estrategias concretas de virtualización. Entre estas estrategias podemos contar a la universalización (totalizar una particularidad), la esencialización (negar la historia y la contingencia), la neutralización (invisibilizar las relaciones de poder y las asimetrías) y la mitificación (construir un pasado eterno que conecta al nosotros comunitario con una historia que precede al tiempo histórico).
Aunque la virtualidad comunitaria no necesitaba de lo digital para existir, esto no significa que lo digital (como proceso cultural y sociotécnico) no tenga un impacto específico, en términos de prácticas y configuraciones espacio-temporales. Los entornos digitales desempeñan un papel cada vez más importante en la producción del presente (entendido como relación de fuerzas, como fijaciones sociohistóricas de sentido y como producción de conversaciones sobre lo global).
No se trata, en síntesis, de negar la virtualidad específica de lo digital, sino de estudiar lo que el ser humano ha hecho y dejado de hacer históricamente con su potencial de virtualización, con su capacidad para construir múltiples “nosotros” en disputa, una disputa en la que las prácticas y espacios digitales son novedad (quizá sería más preciso decir emergencia), mas no origen.
Por ello, la pregunta no es cuándo se hace virtual una comunidad, sino cuándo deja de serlo.
Para más material sobre “las malditas” visita https://www.facebook.com/lasmalditascienciassociales/
No Comments